Bucaramanga, 25 de septiembre de 2022
Fuego
Afuera de la universidad cinco buses enormes estaban listos para el viaje en caravana. Se podía sentir el calor de sus motores en el anden. Algunos estudiantes acomodaban el equipaje en un ambiente alegre y tranquilo. Días antes de aquella noche, bajé al sótano de un edificio nuevo para concretar el aspecto estético de la siguiente reunión de asociados, en la que curiosamente me enteré que fueron doscientos delegados los que embarcaron esa noche al encuentro nacional. Además de esto ecuché que el dinero para los buses se logró en apresuradas negociaciones de oficina directiva.
Ese sótano es el lugar mas lúgubre de todo el campus. Contrario a las terrazas elegantes que coronan los suntuosos edificios o los hermosos auditorios al aire libre o, incluso los edificios terapéuticos o recreativos este sótano es el lugar más escondido y aislado de todo el campus. Repito, llegue a este sitio una tarde a coordinar decoraciones y me encontré con una importante reunión de trabajo en la que se discutía la cantidad de delegados que viajarían dos días después al encuentro nacional de estudiantes. Mi torpeza impidió que me sentara al margen y el Presidente del sindicato me ofreció una silla en medio de la asamblea.
Al cabo de unos minutos, las dos señoras del comité social sindical con la que tenía que reunirme llegaron y ahora debía buscar la manera de cambiar de reunión; deslizarme entre las oficinas y las conversaciones con la suavidad de los cabilderos y elevado respeto. Decidí intervenir para ofrecer excusas. Saqué de la manga la vieja carta confiable del materialismo histórico. Insistí dos minutos en la diferencia entre materia y espíritu. Pedí disculpas por dejar la asamblea argumentando que iba a cordinar qué mensaje iría en la comida de la siguiente reunión de asociados.
La noche de la reunión, los mensajes fijados con un mondadientes a los embutidos fueron todo un éxito. Todo los invitados fluyeron con tranquilidad y, fue tan normal, que molestó poco la escasa asistencia de asociados. Hubo comida y cerveza en una de esas lindas terrazas que comenté antes y al final pudimos unir a todos los asistentes en un mismo canto.
Tal vez es el nacimiento que pretendo contar en estas desordenadas anecdotas y fantasias. Debo confesar que no puedo confiar que el relato que he expuesto desde hace tantas páginas sea verdadero. Lo único posible de sostener es que empecé a escribir crónica aquel día en que todo parecía oscuro y mortal. Despues de ell, solo me dejé llevar por lo acontecimientos y sus traducciones narrativas de la realidad. Hoy, que estoy a tan solo un relato de distancia de esa realidad, puedo confesar mi preferencia por los sucesos narrados por encima de los recuerdos transparentes. Lo raudo del cencerro en la comparsa, por ejemplo, es muchos más que un recuerdo, sirve para rememorar la capacidad que tenemos de asignarle un sentido a las imágenes del pasado. Luego, este relato es un relato simbólico de una forma de constatar el pasado y sus diversos cambios inmarcesibles: como el fuego y el aire; sin la rudeza del traqueteo de la lengua en el paladar