Por: Yuber Hernando Rojas Ariza.
Hace poco leí un texto en la red sobre las generaciones gachas. Me llamó la atención el concepto pues desde mi papel como profesor he venido reflexionando insistentemente en eso. Sin duda, es acertado. No hay algo más incómodo que un estudiante “gacho” en clase. No por el profesor mismo, sino por el estudiante. Se le ve entretenido en la era digital. Y “entre-tenido”, si la palabra permite una división, ya es por sí un “guión” imaginario que pareciera estar apuntando a un limbo. Un limbo que lo deja en la era del vacío como bien lo llama Lipovetsky. Y el vacío, valga resaltarlo, ya es un gran problema aunque aparezca de “agache”. ¿Cómo podríamos interpretar el vacío de la era digital que se materializa en aquel estudiante “gacho”? ¿Hacia dónde va la educación universitaria encaminada, sin reflexión alguna, a la Innovación? ¿Qué significa esto en el proceso de educación? Considero que las preguntas plantean un problema en la educación universitaria (actual) y merecen una reflexión ad portas de una educación deseable para nuestras generaciones presentes y futuras. Es una cuestión ética pensarlo.
¿Cuál es entonces el problema fundamental de la cuestión? La época moderna no es la mejor época de la historia humana. Aunque creemos lo contrario por el hecho de tener una ampliación de su base material (virtual-digital-tecnológica). La verdad, eso no dice mayor cosa del problema aunque indique hacia dónde encaminarnos a la hora de pensar el asunto y su contexto. Lo sabemos muy bien: nuestra época está inundada de teléfonos móviles, tablets, pantallas dátiles y dinámicas, herramientas digitales y virtuales, juegos, redes sociales, etc., todo esto parte funcional de la vida moderna. Los niños y jóvenes crecen en un mar de información: crecen a la deriva del vaivén digital y son tan diestros con los juegos como siniestras son las olas que los mecen en la dispersión. Pensemos por un momento en ese escenario: generaciones dispersas, sometidas al dictamen de la información, sin esfuerzo, en un limbo bajo el “guión” entre-tenido de la era moderna. Reflexionemos de nuevo sobre una pregunta más concreta: ¿Qué sentido tiene una formación universitaria basada en la Innovación que se ancla en una época tecnológica, virtual y digital?
Voy a ser osado y plantearé una idea central: sin imaginación no hay Innovación. Hoy en día se promulga la Innovación como la superación del “subdesarrollo”. Entonces hablan de Innovar con una naturalidad sorprendente: el gobierno, los empresarios, los rectores, los profesores, los administrativos y hasta los estudiantes dicen “hay que innovar y salir adelante”. Y todos parecieran repetir, sin un momento de crítica y autocrítica qué quiere decir esto. Pero “suponen” que la Innovación es la fórmula mágica para lograr el Desarrollo, es decir, un país con más teléfonos móviles, tablets, pantallas dátiles y dinámicas, herramientas digitales y virtuales; toda una creencia de ser “moderno”, civilizado. El problema no son los objetos en sí mismos que re-llenan el vacío de la vida moderna. El problema es perderse en el vacío, en ese mar de información, en ese mar de cosas con las cuales se cree darle sentido a la propia existencia. Un niño, un joven o un estudiante gacho han quedado naufragando en la superficie. La formación universitaria, infortunadamente, está profundizando el problema. Y eso está pasando porque la universidad dejó de ser el gran campo de la educación donde se expresa el conocimiento y se convirtió en una fábrica de profesionales carentes de imaginación. La tecnificación de la educación universitaria que se interesa exclusivamente por los estándares de calidad -o de producción moderna, es más apropiada ésta palabra- ha dejado de lado su originaria motivación: la excelencia humana.
Hoy vemos desfilar datos en pupitres y tableros. La relación instrumental entre estudiante y profesor, relación por lo demás impersonal, está contribuyendo al problema. Un problema, insisto, que tiene un problema subyacente: sin imaginación no hay Innovación.
Significa que el proceso de educación se ha concentrado en “formar” en teorías, destrezas técnicas, en respuestas rápidas, concisas, en paquetes de información con un milímetro de análisis. Considero que tal cosa es la expresión de la crisis del hombre moderno: entes ultra-racionales. Una fe desmesurada en la razón. En efecto, eso significa a su vez la anulación de la Imaginación y de las pasiones humanas. De la segunda no hablaré, pero de la primera diré que la actual educación universitaria la castra: una especie de imaginación castrada, anulada. Y eso sucede porque la prioridad del proyecto de modernidad ha recaído, desde sus albores de Ilustración, en una fe exacerbada en la razón. Desde Descartes quien le da prioridad a lo racional por encima de la Pasión, Imaginación y Memoria, pasando por Kant quien no le da trascendencia a la Imaginación en su razón pura, hasta David Hume quien sospecha en su importancia en el proceso del entendimiento humano a través de la experiencia pero que no pasa de ser accesoria. Tal creencia de Descartes, Kant y Hume en justamente lo que aquí nos tiene pensando el problema actual. ¿Cuál es el papel de la Imaginación en la Formación universitaria?
Si una pregunta tras otra nos ha llevado a aclarar el horizonte, solamente nos queda insistir en recorrer una posibilidad: sin imaginación no hay Innovación. La formación universitaria y en general el contexto virtual-tecnológico-digital castra la imaginación. Es una crisis de la Imaginación en un escenario ultra-racional. La castra porque no posibilita la Creatividad. En otras palabras: no posibilita aquello llamado por Aristóteles como Poiesis. Si existe algo profundo donde la imaginación juega uno de los papeles centrales en el proceso de conocimiento es precisamente considerarla como una posibilidad. La Poiesis, ese bello acto de Producir –en el sentido no-moderno de la palabra- está anclada en la Creatividad. Y la creatividad nace de la Imaginación más que de la propia Razón.
Lo anterior indica una contradicción en la formación universitaria actual. Una contradicción entre promulgar la Innovación y no posibilitar la Imaginación. Paradójicamente la In-novación no es un acto de Poiesis. La In-novación es la negación de algo nuevo o, más explícitamente, la innovación se refiere a la reproducción de algo con cambios de forma más no de fondo. La innovación así planteada queda enmarcada en la misma lógica de tecnificación de la educación: se re-producen teorías, ejercicios matemáticos, se re-afirman hipótesis, se adiestra para respuestas, se llenan formularios, fichas técnicas, se re-afirman experimentos, se sigue con lo mismo. Aparece allí la in-novación para dinamizar el conocimiento y agregar algo “nuevo” al mismo. Acto seguido, un invento, un emprendimiento, una destrucción creadora schumpeteriana. Y luego: ¡zas! Como fórmula mágica creemos estar encaminados a eso etéreo llamado Desarrollo cuando se “vende el producto” a un empresario cualquiera.
Lo contradictorio es la eliminación de la Imaginación dentro del proceso de educación. Creer que la innovación se logra por mero acto ultra-racional. Y lo peor del asunto: creer que la innovación es un acto de Poiesis, de creación. No hay algo más falto de imaginación que dicha creencia.
Pero así va el mundo moderno: en seguridades fundamentadas en el vacío. La Universidad no ha escapado de esto y menos cuando queda supeditada a la dinámica mercantil. No ha reflexionado sobre aquello. Hasta que no logremos reconocer que la Imaginación no es subsidiaria de la Razón, no podremos darle la importancia merecida. ¿Acaso no es parte de lo humano la propia imaginación? Bien lo dijo Albert Einstein: La imaginación es más importante que el conocimiento. A lo mejor para señalar que existe la posibilidad de la creación en la imaginación. Luego, si somos cuidadosos, frente a la afirmación sin imaginación no hay innovación, lo más importante es reconocer que sin imaginación no hay creatividad. Por eso requerimos inventar mundos nuevos, ver otras posibilidades, volar por universos posibles como lo hizo, por ejemplo, el mismo Einstein. El conocimiento humano en la época actual requiere Imaginación, más poiesis, más capacidad de re-interpretar-nos en lo humano y no en lo humanoide. Nuestros tiempos exigen más imaginación, más creatividad para no ahogarnos en un mar de banalidades como, por infortuna, sucede bajo el guión “entre-tenido” de las generaciones gachas.
Hace poco leí un texto en la red sobre las generaciones gachas. Me llamó la atención el concepto pues desde mi papel como profesor he venido reflexionando insistentemente en eso. Sin duda, es acertado. No hay algo más incómodo que un estudiante “gacho” en clase. No por el profesor mismo, sino por el estudiante. Se le ve entretenido en la era digital. Y “entre-tenido”, si la palabra permite una división, ya es por sí un “guión” imaginario que pareciera estar apuntando a un limbo. Un limbo que lo deja en la era del vacío como bien lo llama Lipovetsky. Y el vacío, valga resaltarlo, ya es un gran problema aunque aparezca de “agache”. ¿Cómo podríamos interpretar el vacío de la era digital que se materializa en aquel estudiante “gacho”? ¿Hacia dónde va la educación universitaria encaminada, sin reflexión alguna, a la Innovación? ¿Qué significa esto en el proceso de educación? Considero que las preguntas plantean un problema en la educación universitaria (actual) y merecen una reflexión ad portas de una educación deseable para nuestras generaciones presentes y futuras. Es una cuestión ética pensarlo.
¿Cuál es entonces el problema fundamental de la cuestión? La época moderna no es la mejor época de la historia humana. Aunque creemos lo contrario por el hecho de tener una ampliación de su base material (virtual-digital-tecnológica). La verdad, eso no dice mayor cosa del problema aunque indique hacia dónde encaminarnos a la hora de pensar el asunto y su contexto. Lo sabemos muy bien: nuestra época está inundada de teléfonos móviles, tablets, pantallas dátiles y dinámicas, herramientas digitales y virtuales, juegos, redes sociales, etc., todo esto parte funcional de la vida moderna. Los niños y jóvenes crecen en un mar de información: crecen a la deriva del vaivén digital y son tan diestros con los juegos como siniestras son las olas que los mecen en la dispersión. Pensemos por un momento en ese escenario: generaciones dispersas, sometidas al dictamen de la información, sin esfuerzo, en un limbo bajo el “guión” entre-tenido de la era moderna. Reflexionemos de nuevo sobre una pregunta más concreta: ¿Qué sentido tiene una formación universitaria basada en la Innovación que se ancla en una época tecnológica, virtual y digital?
Voy a ser osado y plantearé una idea central: sin imaginación no hay Innovación. Hoy en día se promulga la Innovación como la superación del “subdesarrollo”. Entonces hablan de Innovar con una naturalidad sorprendente: el gobierno, los empresarios, los rectores, los profesores, los administrativos y hasta los estudiantes dicen “hay que innovar y salir adelante”. Y todos parecieran repetir, sin un momento de crítica y autocrítica qué quiere decir esto. Pero “suponen” que la Innovación es la fórmula mágica para lograr el Desarrollo, es decir, un país con más teléfonos móviles, tablets, pantallas dátiles y dinámicas, herramientas digitales y virtuales; toda una creencia de ser “moderno”, civilizado. El problema no son los objetos en sí mismos que re-llenan el vacío de la vida moderna. El problema es perderse en el vacío, en ese mar de información, en ese mar de cosas con las cuales se cree darle sentido a la propia existencia. Un niño, un joven o un estudiante gacho han quedado naufragando en la superficie. La formación universitaria, infortunadamente, está profundizando el problema. Y eso está pasando porque la universidad dejó de ser el gran campo de la educación donde se expresa el conocimiento y se convirtió en una fábrica de profesionales carentes de imaginación. La tecnificación de la educación universitaria que se interesa exclusivamente por los estándares de calidad -o de producción moderna, es más apropiada ésta palabra- ha dejado de lado su originaria motivación: la excelencia humana.
Hoy vemos desfilar datos en pupitres y tableros. La relación instrumental entre estudiante y profesor, relación por lo demás impersonal, está contribuyendo al problema. Un problema, insisto, que tiene un problema subyacente: sin imaginación no hay Innovación.
Significa que el proceso de educación se ha concentrado en “formar” en teorías, destrezas técnicas, en respuestas rápidas, concisas, en paquetes de información con un milímetro de análisis. Considero que tal cosa es la expresión de la crisis del hombre moderno: entes ultra-racionales. Una fe desmesurada en la razón. En efecto, eso significa a su vez la anulación de la Imaginación y de las pasiones humanas. De la segunda no hablaré, pero de la primera diré que la actual educación universitaria la castra: una especie de imaginación castrada, anulada. Y eso sucede porque la prioridad del proyecto de modernidad ha recaído, desde sus albores de Ilustración, en una fe exacerbada en la razón. Desde Descartes quien le da prioridad a lo racional por encima de la Pasión, Imaginación y Memoria, pasando por Kant quien no le da trascendencia a la Imaginación en su razón pura, hasta David Hume quien sospecha en su importancia en el proceso del entendimiento humano a través de la experiencia pero que no pasa de ser accesoria. Tal creencia de Descartes, Kant y Hume en justamente lo que aquí nos tiene pensando el problema actual. ¿Cuál es el papel de la Imaginación en la Formación universitaria?
Si una pregunta tras otra nos ha llevado a aclarar el horizonte, solamente nos queda insistir en recorrer una posibilidad: sin imaginación no hay Innovación. La formación universitaria y en general el contexto virtual-tecnológico-digital castra la imaginación. Es una crisis de la Imaginación en un escenario ultra-racional. La castra porque no posibilita la Creatividad. En otras palabras: no posibilita aquello llamado por Aristóteles como Poiesis. Si existe algo profundo donde la imaginación juega uno de los papeles centrales en el proceso de conocimiento es precisamente considerarla como una posibilidad. La Poiesis, ese bello acto de Producir –en el sentido no-moderno de la palabra- está anclada en la Creatividad. Y la creatividad nace de la Imaginación más que de la propia Razón.
Lo anterior indica una contradicción en la formación universitaria actual. Una contradicción entre promulgar la Innovación y no posibilitar la Imaginación. Paradójicamente la In-novación no es un acto de Poiesis. La In-novación es la negación de algo nuevo o, más explícitamente, la innovación se refiere a la reproducción de algo con cambios de forma más no de fondo. La innovación así planteada queda enmarcada en la misma lógica de tecnificación de la educación: se re-producen teorías, ejercicios matemáticos, se re-afirman hipótesis, se adiestra para respuestas, se llenan formularios, fichas técnicas, se re-afirman experimentos, se sigue con lo mismo. Aparece allí la in-novación para dinamizar el conocimiento y agregar algo “nuevo” al mismo. Acto seguido, un invento, un emprendimiento, una destrucción creadora schumpeteriana. Y luego: ¡zas! Como fórmula mágica creemos estar encaminados a eso etéreo llamado Desarrollo cuando se “vende el producto” a un empresario cualquiera.
Lo contradictorio es la eliminación de la Imaginación dentro del proceso de educación. Creer que la innovación se logra por mero acto ultra-racional. Y lo peor del asunto: creer que la innovación es un acto de Poiesis, de creación. No hay algo más falto de imaginación que dicha creencia.
Pero así va el mundo moderno: en seguridades fundamentadas en el vacío. La Universidad no ha escapado de esto y menos cuando queda supeditada a la dinámica mercantil. No ha reflexionado sobre aquello. Hasta que no logremos reconocer que la Imaginación no es subsidiaria de la Razón, no podremos darle la importancia merecida. ¿Acaso no es parte de lo humano la propia imaginación? Bien lo dijo Albert Einstein: La imaginación es más importante que el conocimiento. A lo mejor para señalar que existe la posibilidad de la creación en la imaginación. Luego, si somos cuidadosos, frente a la afirmación sin imaginación no hay innovación, lo más importante es reconocer que sin imaginación no hay creatividad. Por eso requerimos inventar mundos nuevos, ver otras posibilidades, volar por universos posibles como lo hizo, por ejemplo, el mismo Einstein. El conocimiento humano en la época actual requiere Imaginación, más poiesis, más capacidad de re-interpretar-nos en lo humano y no en lo humanoide. Nuestros tiempos exigen más imaginación, más creatividad para no ahogarnos en un mar de banalidades como, por infortuna, sucede bajo el guión “entre-tenido” de las generaciones gachas.