Cúcuta 17 de diciembre del 2022
El árbol
La administración municipal de Bucaramanga es un fiasco y Cúcuta es patética. Los enigmas que encierra la historia de las dos ciudades no logran ocultar las diferencias. Un páramo y un río establecen las distancias culturales y su importancia política para la república. Así entonces, esta crónica puede servir para proponer una reunificación de los dos departamentos.
El apacible “valle de los caracoles” que queda entre la serranía de “los cobardes”, el gran Chicamocha y el páramo, ha sido inmune a la guerra convencional y se considera nido de rebeldes. El ejército del libertador pasó por el lado, por el páramo, evitó pasar por la ciudad que hoy es capital departamental y gracias a esto logró la victoria en el altiplano. La guerra de los mil días, por otro lado, que terminó con una batalla librada en el vecino municipio de Lebrija tampoco logró llegar al territorio. En últimas, en lo que va corrido de historia, a Bucaramanga no ha llegado la guerra mientras que Cúcuta parece no haber tenido paz.
Tal vez lo anterior influye en que, dos días después, ya en la capital de Santander, habría de enterarme que la noticia del árbol de navidad no resultó relevante para la opinión pública local. Tanto así, que un hecho tan lamentable para la administración se informó como una calamidad. En la fotografía se ve a varios funcionarios de casco blanco “nadar” entre las ramas de plástico gigantes. Titulares como: “no llegó al 24”; “se desplomó el árbol de navidad”; “colapsó el árbol”, desvían la atención principal: el colapso de la estructura es un ejemplo de la forma como se desploma la administración municipal.
Del desplome del adorno navideño me enteré en Cúcuta por lo que empecé esta crónica lapidaria allí, en la capital de Norte de Santander, donde la administración municipal parece estar peor. Según me contaron, hace pocos días un olor nauseabundo inundó la ciudad. La causa de la pestilencia eran los cadáveres de habitantes de calle que fueron ejecutados en la antigua cárcel al lado del río. Lo curioso es que a pesar de tanta violencia en el ambiente, la opinión política sobre el hecho parece nula. Los muros de la ciudad, y por eso digo que es patética y cursi, están llenos de letreros de amor. Las solicitudes de perdón y mensajes de afecto constituyen los grafitis de los lugares que visito. Son escasos los murales con intención política, lo que es una diferencia importante con su vecina del sur. Aunque se habla de olores a muerte no hay denuncias en los muros y el ambiente bonachón de la ciudad parece contrario a esos macabros rumores.
Ahora bien, para conectar las dos ciudades se necesita pasar el páramo. Es una muestra de la exuberancia natural y de la magia de la cordillera oriental. Si no fuese por la división política uno podría considerarlo un lugar de importancia nacional como los grandes destinos turísticos y no un límite territorial. Lo cierto es que ese páramo más que un destino o una despensa, es una frontera. Esa ha sido su consideración estratégica hasta ahora, deberíamos cambiar la idea por considerar el páramo un salvación, respuesta o salida a la crisis social que enfrentan ambos departamentos.
Hace algunos meses se supo que el municipio de Bucaramanga había comprado tierras dentro del páramo para poder influenciar en su protección. Esta transacción, imagino, generó grandes comisiones e implicó fuertes sumas de dinero, lo mismo que con todas las acciones de la administración y cooperación intencional: son actividades costosas con un impacto tenue sobre los problemas: acciones mediocres, como la del árbol de navidad que debió generar titulares que cuestionaron los responsables y no simplemente anunciar la calamidad
El árbol
La administración municipal de Bucaramanga es un fiasco y Cúcuta es patética. Los enigmas que encierra la historia de las dos ciudades no logran ocultar las diferencias. Un páramo y un río establecen las distancias culturales y su importancia política para la república. Así entonces, esta crónica puede servir para proponer una reunificación de los dos departamentos.
El apacible “valle de los caracoles” que queda entre la serranía de “los cobardes”, el gran Chicamocha y el páramo, ha sido inmune a la guerra convencional y se considera nido de rebeldes. El ejército del libertador pasó por el lado, por el páramo, evitó pasar por la ciudad que hoy es capital departamental y gracias a esto logró la victoria en el altiplano. La guerra de los mil días, por otro lado, que terminó con una batalla librada en el vecino municipio de Lebrija tampoco logró llegar al territorio. En últimas, en lo que va corrido de historia, a Bucaramanga no ha llegado la guerra mientras que Cúcuta parece no haber tenido paz.
Tal vez lo anterior influye en que, dos días después, ya en la capital de Santander, habría de enterarme que la noticia del árbol de navidad no resultó relevante para la opinión pública local. Tanto así, que un hecho tan lamentable para la administración se informó como una calamidad. En la fotografía se ve a varios funcionarios de casco blanco “nadar” entre las ramas de plástico gigantes. Titulares como: “no llegó al 24”; “se desplomó el árbol de navidad”; “colapsó el árbol”, desvían la atención principal: el colapso de la estructura es un ejemplo de la forma como se desploma la administración municipal.
Del desplome del adorno navideño me enteré en Cúcuta por lo que empecé esta crónica lapidaria allí, en la capital de Norte de Santander, donde la administración municipal parece estar peor. Según me contaron, hace pocos días un olor nauseabundo inundó la ciudad. La causa de la pestilencia eran los cadáveres de habitantes de calle que fueron ejecutados en la antigua cárcel al lado del río. Lo curioso es que a pesar de tanta violencia en el ambiente, la opinión política sobre el hecho parece nula. Los muros de la ciudad, y por eso digo que es patética y cursi, están llenos de letreros de amor. Las solicitudes de perdón y mensajes de afecto constituyen los grafitis de los lugares que visito. Son escasos los murales con intención política, lo que es una diferencia importante con su vecina del sur. Aunque se habla de olores a muerte no hay denuncias en los muros y el ambiente bonachón de la ciudad parece contrario a esos macabros rumores.
Ahora bien, para conectar las dos ciudades se necesita pasar el páramo. Es una muestra de la exuberancia natural y de la magia de la cordillera oriental. Si no fuese por la división política uno podría considerarlo un lugar de importancia nacional como los grandes destinos turísticos y no un límite territorial. Lo cierto es que ese páramo más que un destino o una despensa, es una frontera. Esa ha sido su consideración estratégica hasta ahora, deberíamos cambiar la idea por considerar el páramo un salvación, respuesta o salida a la crisis social que enfrentan ambos departamentos.
Hace algunos meses se supo que el municipio de Bucaramanga había comprado tierras dentro del páramo para poder influenciar en su protección. Esta transacción, imagino, generó grandes comisiones e implicó fuertes sumas de dinero, lo mismo que con todas las acciones de la administración y cooperación intencional: son actividades costosas con un impacto tenue sobre los problemas: acciones mediocres, como la del árbol de navidad que debió generar titulares que cuestionaron los responsables y no simplemente anunciar la calamidad