Bucaramanga, 22 de noviembre de 2022
crónica profética
En alguna oportunidad envidié la fina censura monacal del que fue víctima Fernando González; o simpaticé con la censura ceremonial hacía el sepelio de Bernardo Jaramillo Ossa. En definitiva, pensaba que la censura era solo para quienes escribían textos de verdadera importancia como para resultar un riesgo al orden social y por ello lograr que personas poderosas como los obispos se tomaran el tiempo de redactar motivos y justificaciones para prohibir la lectura o la liturgia sobre los “impuros”. Tiempo después, al ganar un concurso de cuentos y ver incumplidas sus promesas de publicación, supe que en todo caso me resistía creer que un escrito mío calificara para censura.
Ahora bien, en esta crónica de una caída, puede que el único “venido a pique” sea el narrador y no la contienda política que dice cubrir. Sufrirán mis dos lectores habituales el tedio de leer la crónica profética de la política local. Nosotros que vivimos habitualmente la guerra a la distancia no resultamos ilesos, mucho menos las víctimas, nos tocó ser profesores. Es por eso que me autorizo a escribir el posible futuro de un movimiento que ocupó por varios meses el caballo de la resistencia.
Sonrío al considerar escribir sobre mi oficio, como creo ocurre con los demás: se heredan, aprenden y denigran. El soldado no tiene que ir a la guerra, el músico no está obligado a cantar, los médicos salvar cualquier vida, el verso a ser del poeta y el tiempo un fiscal que husmea las emociones. Igual, de ninguna de las tres profesiones vivo. El pan que llega a mi boca lo gané con la palabra y también el cigarro o el café lo pagaron mis palabras, mi voz y espíritu altivo. No tengo la arrogancia del obrero, yo no espero que mi labor sea paga ni pretendo acumular palabras como mercancía. El mundo ha producido en exceso para que yo hable. Por eso es fundamental ser honesto, decir solo lo necesario y, claro está, bellamente.
Tal vez ahí llega la censura: cuando nos hacemos cargo de nuestros propios asuntos y los vinculamos al pensamiento por medio de la narración o el canto. Nunca soñé ganar un concurso de cuento, tampoco de verso y mucho menos ser un profesor de cine, no existe nada en mi vida que explique porque me gano la vida con la siguiente sinopsis: en el muro de un barrio empiezan a aparecer nombres de personas que mueren, por causas naturales, al poco tiempo. Los muros malditos, las listas negras y los mensajes amenazantes son material perfecto para un corto de suspenso y, además, una muestra de la realidad política local. No es talento propio u original, simplemente como lo enseñó el maestro: narramos lo más parecido a nuestra fantástica realidad. Ahora bien y el problema es que, el asunto de plantear el personaje principal como un objeto fantástico (el muro), como un portal, es que el personaje secundario es completamente autónomo y puede ser cualquier, siempre que su dilema sea el muro: querrá destruirlo.
Ya es treinta de noviembre y ayer hubo asamblea en la facultad de ciencias humanas a las cuatro de la tarde. Ahí me enteré del comunicado del consejo académico decretando la flexibilidad. Es difícil pensar que una profunda crisis afecte la universidad a punto de dirigirla a la debacle. Esto porque, en últimas, las universidades son instituciones muy jóvenes y aún les quedan varios siglos más. Pero esto no imposibilita considerar el efecto de una anticuada forma de ejercer presión sobre las clases universitarias y llevarnos a plantear la sostenibilidad de esta influencia. Es seguro que la universidad no entrará en crisis pero, es también completamente seguro, que la influencia de una institución más antigua que la universidad: El Consejo sí está en inminente declive. Los antecedentes de esta institución son el consejo de ancianos que referencia Engels y dio origen a la estructura de la sociedad moderna. Este cronista de futuro cree que los mensajes que cualquier consejo emite a la sociedad no tienen el efecto esperado: el bienestar social. A veces, al leer los decretos que los consejos emiten y los efectos de sus recomendaciones y corroborarlo con la realidad que percibo a diario veo como si "los viejos del consejo" se volvieran dementes seniles y no pudieran dar cuenta de la realidad que los afecta. Dejen que las clases sigan su curso, no decreten nada sobre ellas. Todos los debates que se quieran dar al interior del campus, deben hacerse en clase, sin flexibilidad o virtualidad decretada.
crónica profética
En alguna oportunidad envidié la fina censura monacal del que fue víctima Fernando González; o simpaticé con la censura ceremonial hacía el sepelio de Bernardo Jaramillo Ossa. En definitiva, pensaba que la censura era solo para quienes escribían textos de verdadera importancia como para resultar un riesgo al orden social y por ello lograr que personas poderosas como los obispos se tomaran el tiempo de redactar motivos y justificaciones para prohibir la lectura o la liturgia sobre los “impuros”. Tiempo después, al ganar un concurso de cuentos y ver incumplidas sus promesas de publicación, supe que en todo caso me resistía creer que un escrito mío calificara para censura.
Ahora bien, en esta crónica de una caída, puede que el único “venido a pique” sea el narrador y no la contienda política que dice cubrir. Sufrirán mis dos lectores habituales el tedio de leer la crónica profética de la política local. Nosotros que vivimos habitualmente la guerra a la distancia no resultamos ilesos, mucho menos las víctimas, nos tocó ser profesores. Es por eso que me autorizo a escribir el posible futuro de un movimiento que ocupó por varios meses el caballo de la resistencia.
Sonrío al considerar escribir sobre mi oficio, como creo ocurre con los demás: se heredan, aprenden y denigran. El soldado no tiene que ir a la guerra, el músico no está obligado a cantar, los médicos salvar cualquier vida, el verso a ser del poeta y el tiempo un fiscal que husmea las emociones. Igual, de ninguna de las tres profesiones vivo. El pan que llega a mi boca lo gané con la palabra y también el cigarro o el café lo pagaron mis palabras, mi voz y espíritu altivo. No tengo la arrogancia del obrero, yo no espero que mi labor sea paga ni pretendo acumular palabras como mercancía. El mundo ha producido en exceso para que yo hable. Por eso es fundamental ser honesto, decir solo lo necesario y, claro está, bellamente.
Tal vez ahí llega la censura: cuando nos hacemos cargo de nuestros propios asuntos y los vinculamos al pensamiento por medio de la narración o el canto. Nunca soñé ganar un concurso de cuento, tampoco de verso y mucho menos ser un profesor de cine, no existe nada en mi vida que explique porque me gano la vida con la siguiente sinopsis: en el muro de un barrio empiezan a aparecer nombres de personas que mueren, por causas naturales, al poco tiempo. Los muros malditos, las listas negras y los mensajes amenazantes son material perfecto para un corto de suspenso y, además, una muestra de la realidad política local. No es talento propio u original, simplemente como lo enseñó el maestro: narramos lo más parecido a nuestra fantástica realidad. Ahora bien y el problema es que, el asunto de plantear el personaje principal como un objeto fantástico (el muro), como un portal, es que el personaje secundario es completamente autónomo y puede ser cualquier, siempre que su dilema sea el muro: querrá destruirlo.
Ya es treinta de noviembre y ayer hubo asamblea en la facultad de ciencias humanas a las cuatro de la tarde. Ahí me enteré del comunicado del consejo académico decretando la flexibilidad. Es difícil pensar que una profunda crisis afecte la universidad a punto de dirigirla a la debacle. Esto porque, en últimas, las universidades son instituciones muy jóvenes y aún les quedan varios siglos más. Pero esto no imposibilita considerar el efecto de una anticuada forma de ejercer presión sobre las clases universitarias y llevarnos a plantear la sostenibilidad de esta influencia. Es seguro que la universidad no entrará en crisis pero, es también completamente seguro, que la influencia de una institución más antigua que la universidad: El Consejo sí está en inminente declive. Los antecedentes de esta institución son el consejo de ancianos que referencia Engels y dio origen a la estructura de la sociedad moderna. Este cronista de futuro cree que los mensajes que cualquier consejo emite a la sociedad no tienen el efecto esperado: el bienestar social. A veces, al leer los decretos que los consejos emiten y los efectos de sus recomendaciones y corroborarlo con la realidad que percibo a diario veo como si "los viejos del consejo" se volvieran dementes seniles y no pudieran dar cuenta de la realidad que los afecta. Dejen que las clases sigan su curso, no decreten nada sobre ellas. Todos los debates que se quieran dar al interior del campus, deben hacerse en clase, sin flexibilidad o virtualidad decretada.