Aire
Curiosamente la palabra aire y casi todos los fenómenos que lo implican no llevan la consonante “s”, salvo en el plural: aires, que hace referencia a cierto ímpetu del espíritu. En las palabras de los fenomenos que implican el aire como: huracán, tempestad, lluvia o tormenta, ocurre lo mismo: carecen de “s” en su forma singular. Pero algunos otros fenómenos como la brisa, en cambio, posee dicho resonar en la palabra que determina la sonoridad suave como el susurro o el beso de seda en la soledad. Lo mismo pasa con las palabras: llovizna y rocio. De ahí podemos inferir nuestra premisa esencial: el aire es fuerte la mayoría de la veces, similar al fuego.
La brisa, la llovizna o el rocio refrescan, revitalizan y conservan la vida. Se necesita que el aire sea suave y estable. Que la respiración se acompase con el corazón, que la caja torácica se ensanche y llevemos tanto fluido trasnparente como podamos al fondo de nuestro pecho. Lo opuesto es “quedarse sin aire” y significa no poder respirar, no sentir la vida al final de la bocanada.
Riohacha estuvo llena de brisa. Llegamos a la primera tienda de barrio en la que pudimos pedir una cerveza y sentarnos a recibir la brisa del medio día de un jueves memorable. Fue tanto calor que nos movimos por la ciudad buscando un sitio fresco y terminamos al atardecer frente a la playa y un colegio de curas; un ex-convento que parece una fortificación militar costera. Luego, al caer la noche fuimos a la universidad de la guajira a ser felices con la voz y la belleza de una cantante vallenata.
Dos días después, el viernes y sábado, competimos como escolares en varias disciplinas y ganamos la gloria con el mismo honor que sufrimos las derrotas. Respiramos... La delegación era de 22 profesores. Casi doscientos participantes en total y una fiesta de clausura que reafirmó la potencia guajira en la organización de parrandas.
Al final, bailamos, departimos he hicimos nuevos amigos. Torbellino, salsa, medalla de oro en dominó. ¡EN DOMINÓ a los guajiros en su propia casa! Tambien dominamos las pruebas de atletismo y al final faltó que premiaran canto, baile y poesía.
Pero el último día, el lunes cuando el bullicio de la contienda había pasado y el gentío en el malecón había disminuido, fuimos a una laguna sagrada en la que no se puede hacer ruido y está adornada por el rosado de los flamencos. La embarcación y el piloto wayúu que nos sirvió de guía fueron los más sorprendente.
El barco para cinco tripulantes se deslizaba suave por entre las pequeñas olas de la panda laguna que muere por la falta de oxígeno ocacionado por la ausencia de lluvías. Varios remos y una vela fabricada con sacos de fibra sirven para patinar por la superficie de las apacibles aguas. Al fondo se escuchaba la imponente mar. Rugían las olas tras la colina mientras al lo lejos una mancha rosada se convertía en nuestro rumbo. La belleza inconmensurable del lugar nos dejó atónitos. Los flamencos son guardianes de la calma. El piloto recogió la pequeña vela para aumentar el sigilo pero las recelosas aves se incomodaron con nuestra cercanía y nos regalaron a cambio un hermoso vuelo en bandada como nubes rosadas que al cabo de unos pasos vuelven a posarse sobre las aguas ttranquilas. Regresamos maravillados y en silencio. Solo produjimos palabra para implorar al cielo que lloviera y aquel paraiso no siguiera muriendo como los peces jóvenes en sus orillas impávidas. La fuerza de nuestras palabras en el aire tubo efecto. El cielo se cerró cuando volvíamos y por un momento el inclemente sol nos bañó bajo la sombra de las nubes. Casi que por un segundo una pequeña llovizna vino a bautizar nuestra plegaria. Al otro día, ya de regreso en Riohacha, el martes que salimos de allí, nuestro vuelo fue aplazado una hora por vientos huracanados y amenazas de lluvias.
Esto permite concluir que el aire es nuestra mayor fortaleza. Puede que el fuego encaje como una mayor habilidad pero es la calma la que nos ha mantenido en pie en medio de todo el dolor de la violencia y la pobreza. A todo esto debo sumar que, por fin tengo mochila nuevamente. La anterior estaba vieja, rota y aunque ya fue curada no llegó a reemplazar aquella que nos robaron un día frente a la casa. Esta tiene un color que aclara de a poco, lana negra que se vuelve marrón, café y luego beige en el origen, en el fondo. No conozco el linaje o el significado, solo sé que es Arhuaca.
Curiosamente la palabra aire y casi todos los fenómenos que lo implican no llevan la consonante “s”, salvo en el plural: aires, que hace referencia a cierto ímpetu del espíritu. En las palabras de los fenomenos que implican el aire como: huracán, tempestad, lluvia o tormenta, ocurre lo mismo: carecen de “s” en su forma singular. Pero algunos otros fenómenos como la brisa, en cambio, posee dicho resonar en la palabra que determina la sonoridad suave como el susurro o el beso de seda en la soledad. Lo mismo pasa con las palabras: llovizna y rocio. De ahí podemos inferir nuestra premisa esencial: el aire es fuerte la mayoría de la veces, similar al fuego.
La brisa, la llovizna o el rocio refrescan, revitalizan y conservan la vida. Se necesita que el aire sea suave y estable. Que la respiración se acompase con el corazón, que la caja torácica se ensanche y llevemos tanto fluido trasnparente como podamos al fondo de nuestro pecho. Lo opuesto es “quedarse sin aire” y significa no poder respirar, no sentir la vida al final de la bocanada.
Riohacha estuvo llena de brisa. Llegamos a la primera tienda de barrio en la que pudimos pedir una cerveza y sentarnos a recibir la brisa del medio día de un jueves memorable. Fue tanto calor que nos movimos por la ciudad buscando un sitio fresco y terminamos al atardecer frente a la playa y un colegio de curas; un ex-convento que parece una fortificación militar costera. Luego, al caer la noche fuimos a la universidad de la guajira a ser felices con la voz y la belleza de una cantante vallenata.
Dos días después, el viernes y sábado, competimos como escolares en varias disciplinas y ganamos la gloria con el mismo honor que sufrimos las derrotas. Respiramos... La delegación era de 22 profesores. Casi doscientos participantes en total y una fiesta de clausura que reafirmó la potencia guajira en la organización de parrandas.
Al final, bailamos, departimos he hicimos nuevos amigos. Torbellino, salsa, medalla de oro en dominó. ¡EN DOMINÓ a los guajiros en su propia casa! Tambien dominamos las pruebas de atletismo y al final faltó que premiaran canto, baile y poesía.
Pero el último día, el lunes cuando el bullicio de la contienda había pasado y el gentío en el malecón había disminuido, fuimos a una laguna sagrada en la que no se puede hacer ruido y está adornada por el rosado de los flamencos. La embarcación y el piloto wayúu que nos sirvió de guía fueron los más sorprendente.
El barco para cinco tripulantes se deslizaba suave por entre las pequeñas olas de la panda laguna que muere por la falta de oxígeno ocacionado por la ausencia de lluvías. Varios remos y una vela fabricada con sacos de fibra sirven para patinar por la superficie de las apacibles aguas. Al fondo se escuchaba la imponente mar. Rugían las olas tras la colina mientras al lo lejos una mancha rosada se convertía en nuestro rumbo. La belleza inconmensurable del lugar nos dejó atónitos. Los flamencos son guardianes de la calma. El piloto recogió la pequeña vela para aumentar el sigilo pero las recelosas aves se incomodaron con nuestra cercanía y nos regalaron a cambio un hermoso vuelo en bandada como nubes rosadas que al cabo de unos pasos vuelven a posarse sobre las aguas ttranquilas. Regresamos maravillados y en silencio. Solo produjimos palabra para implorar al cielo que lloviera y aquel paraiso no siguiera muriendo como los peces jóvenes en sus orillas impávidas. La fuerza de nuestras palabras en el aire tubo efecto. El cielo se cerró cuando volvíamos y por un momento el inclemente sol nos bañó bajo la sombra de las nubes. Casi que por un segundo una pequeña llovizna vino a bautizar nuestra plegaria. Al otro día, ya de regreso en Riohacha, el martes que salimos de allí, nuestro vuelo fue aplazado una hora por vientos huracanados y amenazas de lluvias.
Esto permite concluir que el aire es nuestra mayor fortaleza. Puede que el fuego encaje como una mayor habilidad pero es la calma la que nos ha mantenido en pie en medio de todo el dolor de la violencia y la pobreza. A todo esto debo sumar que, por fin tengo mochila nuevamente. La anterior estaba vieja, rota y aunque ya fue curada no llegó a reemplazar aquella que nos robaron un día frente a la casa. Esta tiene un color que aclara de a poco, lana negra que se vuelve marrón, café y luego beige en el origen, en el fondo. No conozco el linaje o el significado, solo sé que es Arhuaca.