PARTE I: EL ESPEJISMO DE UNA PAZ “NEGOCIADA”
Por Yuber H. Rojas Ariza.
La Paz es una imposibilidad en Colombia. Al contrario de la Paz, la creciente guerra demuestra su imposibilidad –la de la Paz-, en un país que se jacta de tener la democracia más antigua de Latinoamérica: una gran falacia sostenida en el vacío. Esto no lo digo con orgullo, más bien con desolación y vergüenza. ¿Por qué esa imposibilidad de la llamada “Paz”? La pregunta exige entrar en el debate sobre la concepción de Paz y, desde allí, desmenuzar dicho concepto. Pero mientras eso pasa, quisiera bordearla a través de la Guerra. Algo así como empezar por las ramas para luego centrarnos en su tallo, sus raíces y finalmente vislumbrarnos con el paisaje, permítame decirlo, en un “fito-análisis” de la llamada “sociedad colombiana” y su exposición ante un sol que carcome la carroña ¿Acaso re-conocernos y asombrarnos en semejante mundo ultra-racional? ¿Quiénes somos en medio de la guerra sin fin? ¿Simple carroña? ¿O quizás Narcisos engañados?
Parte I: El espejismo de una Paz “Negociada”
Entramos al escenario de nuestra imaginación. Llega Narciso. Sí, Narciso, el personaje de la mitología griega se apodera de nosotros. ¿Qué hace aquí tal personaje tratando de representar-nos la imposibilidad de la Paz? ¡Vaya asunto! ¿Sorpresa sobre el escenario? Al parecer lo han visto caminar cabizbajo, en un ritual diario, casi-mecánico hacia el lago. Lo han visto caminar, y ahora lo vemos dirigirse en silencio. Allí está. Se arrodilla y se queda por varias horas observando el lago. ¿Qué será aquello que observa por tanto tiempo? Narciso se levanta. Una leve sonrisa y luego camina devuelta. Es un ritual de mitología griega, tan mito-lógico como la Paz.
Dicen que Némesis lo castigó. Narciso, joven bello y engreído. Lo castigó por negarle su amor a una ninfa, por vanagloriarse de su propia belleza. Némesis, la diosa de la venganza, lo condenó a la muerte, a su propia muerte. Él, condenado a su amor propio, cumple a diario su ritual. ¿Y el reflejo? ¿Qué observa tan minuciosamente? A Narciso lo vemos acercarse al Lago para contemplar su propia belleza, la de él, claro está. No podría ser la del lago. Significa un enamoramiento excesivo, tal vez obsesivo, tal vez trastornado. De la mitología griega nos valemos, de la mitología griega ¿nos explicamos? Narciso llega y luego se va. Es un pobre loco enamorado de sí mismo.
De nuevo a la vida moderna: “¿Qué acontece en este mundo ultra-racional?, ¿Estarán enamorados de sí mismos, ellos, los negociadores de la Paz?” Dos preguntas un solo asombro. Noticia tras noticia, día tras día, el eco propagandístico se vanagloria de su misma gestión. Es un país de narcisos. El narcisismo de la Paz: la condena a la guerra en Colombia. Padece el gobierno la condena de Narciso como narcisista es la guerrilla de las FARC. En Cuba se habla de Paz pero en Colombia se hace la Guerra. Si se trocaran los verbos otro sería el asunto: se haría la paz y se hablaría de guerra. La guerra hay que hablarla, comprometerse a desmantelar su negocio, el mercado que la fundamenta. La paz hay que hacerla.
Pero al parecer la Paz que unos tienen en la cabeza es muy distinta a la Paz de los otros. Esa diferencia, algo normal y benéfica entre distintos, no es un problema. El problema está en la creencia de la Paz como Negocio. La gran falacia de la Paz se encuentra en su ambigüedad. La paz puede vestirse de blanco o teñirse de sangre. Puede, en ese sentido, acomodarse a cualquier lógica. Cuando se trata de la Paz “negociada” ya de por sí hay una noción, o mejor, una creencia de Paz. Se cree en la Paz como objeto etéreo mercantil. Bajo esa perspectiva, la Paz se transforma en un negocio y, por ende, en una propiedad privada, o si se quiere, en un objeto que se puede transar. No es otra cosa que una relación mercantil en juego. Pero ¿quién ha visto a la Paz transada aquí, transada allá, verla en números en verde, verla objeto mercantil? Justamente, esta noción de la «Paz como negocio» no es otra cosa que la expresión de un lenguaje mercantil (económico), una apología del neoliberalismo en La Habana.
Además del negocio, el punto en común entre el Gobierno y la Guerrilla de las FARC es justamente su narcisismo de ideales fracasados. Un narcisismo despiadado. Evidentemente no van al Lago para contemplar su belleza como el joven y apuesto Narciso. En lugar de ello van a Cuba a contemplar su respectiva ideología de sangre y fuego. La venganza los ha condenado a enamorarse de sí mismos. El gobierno enamorado de la Corrupción y la guerrilla bajo el efecto del negocio del narcotráfico. Ambos negocian la “Paz” y eso significa mantener la guerra. Una paz “negociada” supone un mercado de la Guerra.
No tiene sentido hablar de Paz si aún se mantiene, por ejemplo, un creciente Gasto militar por parte del gobierno. En los últimos 10 años, Colombia ha aumentado su gasto militar hasta convertirse hoy en día en el país de Latinoamérica que más dinero destina (con respecto al PIB) al llamado sector de “Seguridad”. En otras palabras, cerca de 3.7% del PIB va a parar al negocio de la guerra. Dinero que sostiene a más o menos 450000 miembros de la fuerza de seguridad (más a sus pensionados). Aquello queda reflejado en el presupuesto nacional del 2013 de 14.426,65 millones de dólares (26 billones de pesos), monto equivalente a la séptima parte del presupuesto de la nación del año en curso (185.5 billones de pesos). De tal presupuesto para el gasto militar -de acuerdo con declaraciones del ministro de Hacienda emitidas por radio recientemente- se han ejecutado 12.762,03 millones de dólares (23.1 billones de pesos), lo que significa que falta por ejecutarse (con base en el mes de septiembre) 1.664,62 millones de dólares (algo así como 2.91 billones de pesos).
Es un escándalo tanto dinero destinado a la guerra producto de nuestros impuestos, sobre todo cuando ese dinero podría ser administrado de mejor manera. Tomemos para el caso, un escenario posible. Si se congelara y disminuyera gradualmente el gasto militar se podría subsanar el déficit de los hospitales públicos en Colombia y se podrían mejorar las finanzas de las universidades públicas del país (quizás en tres o cuatro años) sin afectar la nómina de la fuerza militar.
Pero ni la educación ni salud son prioridad para el Gobierno. Para el gobierno la prioridad es el negocio de la paz, el mercado de la guerra. A su vez, tal lógica mercantil ha generado una lógica de muerte en el mismo seno de las fuerzas militares. Desde el gobierno de Uribe (un gobierno claramente totalitario) mientras Santos era ministro de defensa, se patentó una escalofriante lógica de ascenso militar. Hablo de los Falsos positivos, eufemismo del lenguaje de la guerra que se traduce en matar civiles para luego hacerlos pasar por guerrilleros. Esa práctica de guerra tiene un incentivo económico muy fuerte dentro del gremio militar. A medida que se mostraban más guerrilleros de “baja”, en ese afán de resultados, más posibilidades de ascenso se podían tener en el escalafón militar. Ascender en tal escalafón significa más dinero y estatus, más honores militares, etc. De allí que la práctica de los "Falsos Positivos" se convirtiera en una práctica recurrente por parte de las fuerzas militares y auspiciada por el gobierno colombiano en nombre de la “seguridad”. Según el informe de las Naciones Unidas presentado en enero de 2013, existen “4716 víctimas de homicidios presuntamente cometidos por las fuerzas de seguridad, muchos de los cuales corresponden al tipo de ejecuciones conocidas como falsos positivos” (p. 15). En pocas palabras: 4176 asesinatos de civiles por parte del Estado. Claramente una práctica de guerra que viola los derechos humanos y deja a las fuerzas militares en lamentables condiciones de credibilidad.
De manera similar se expresa el accionar de las Guerrillas de las FARC con respecto a la «Paz como negocio». Tampoco tiene sentido su discurso desgastado en nombre del pueblo cuando ellos mismos mantienen la guerra contra el mismo “pueblo”. El reclutamiento de jóvenes campesinos, la red de rutas del narcotráfico y el cultivo de coca, las distintas masacres durante varios años en el campo colombiano no tienen justificación, y son tan criminales como aquello cometido por las fuerzas militares y también por los paramilitares. Tampoco tiene justificación los distintos secuestros a civiles con fines de guerra y extorsión económica. Recordemos algo importante con respecto a éste asunto. Un policía retenido por la guerrilla es un prisionero de guerra, no un secuestrado. Un civil, en cambio, sí es un secuestrado. Dicha diferencia es importante para entender cómo el lenguaje de la guerra en Colombia se ha inmiscuido en la cotidianidad gracias al eco propagandístico de los noticieros privados en el cual se deja en el mismo rasero de la práctica del secuestro a civiles y soldados. Algo, por lo demás, parte del lenguaje que emana de ese mercado de la guerra y deja a los colombianos en medio de ella. El secuestro pasa entonces a convertirse en una práctica de negocio por parte de las FARC.
Sin embargo, el negocio es más grande. ¿Cuánto cuesta hacer la guerra? Hagamos un contraste: si la fuerza “pública” maneja 26 billones de pesos para mantener anualmente el funcionamiento del mercado de la guerra, sin contar las cifras astronómicas de contabilidad que significa la producción armamentística por parte de la Industria Militar (INDUMIL), empresa encargada de fabricar fusiles, explosivos, municiones, etc., más la logística y tecnología, infraestructura, capacitación, servicios, insumos, artefactos bélicos (desde la confección de un traje militar, la compra de una bala hasta aviones, helicópteros, barcos) que sostienen en conjunto tal mercado “legal” de la guerra; yo no quiero imaginar la otra cara: el mercado “ilegal” de la guerra. El tráfico de armas, de logística (“inteligencia militar”), por ejemplo. No quiero imaginar, en contraste, la capacidad de la guerrilla de las FARC en el mercado de la guerra. No quiero imaginar las cifras que maneja por los fusiles, municiones, explosivos y demás artefactos necesarios para mantener la guerra. Sin contar cosas básicas como el vestuario y la comida para sostener a cada uno de sus miembros que, según estimativos por parte del ministerio de defensa en el 2010, no superaban los 8000 integrantes. No quiero imaginar las finanzas que maneja ese grupo guerrillero producto del negocio del narcotráfico, el tráfico de armas, el secuestro y demás.
Sin lugar a dudas, si imagináramos las cuantías de dinero (sumadas) de la fuerza militar y la guerrilla de las FARC, entonces podríamos tratar de entender un poco más la «Paz como negocio». En otras palabras, entenderíamos que los llamados “negociadores de la Paz”, tanto del gobierno como de la guerrilla, no son otra cosa que empresarios de la guerra. En efecto, es un monto de billones de pesos nada despreciables en la economía del país lo que está en juego. La guerra pareciere tener su propio “producto interno bruto”. Es como si existiera, además de las dos economías (real y financiera) una tercera: la guerra.
¿Qué se puede esperar de un país en semejante Estado de Guerra? Sospecho que nada más allá del crecimiento de ésta última economía en nombre de la Paz: el negocio de la muerte y la exclusión social cada vez más agresiva. No en vano Colombia ocupa el primer puesto en el mundo en desplazamiento forzado interno, por ejemplo. Solo por mencionarlo, según el informe presentado en el 2013 en Ginebra por parte del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC) los desplazados por la violencia están entre 4.9 y 5.9 millones de colombianos, es decir, cerca de la octava parte de la población colombiana se encuentra en esas condiciones. O todavía más claro: de cada 8 colombianos, 1 padece el estigma de ser desplazado por la dinámica de la guerra. Realmente triste y avergonzante –tan angustiante y doloroso- en el país de la “democracia más antigua de América Latina”: ¡Realmente una catástrofe social!
¿Qué queda por decir después de todo esto? La paz no es un negocio. La guerra hay que detenerla y eso significa desmantelar su propia economía. ¿Estarán dispuestos tanto Gobierno como Guerrilla a hacerlo? Sospecho que ninguno quiere renunciar al negocio. Ambos están enamorados, son una perfecta pareja dispareja. Como narcisos han caminado la historia a sangre y fuego, amando la guerra, amando la muerte: la fuerza militar habla el mismo lenguaje de muerte de sus oponentes y a la inversa. La falacia de la Paz es tan solo un espejismo en el lago de ideales desvanecidos. En otras palabras, realmente la Paz es una imposibilidad mientras su fundamento sea el mercado de la Guerra. Y mientras eso continúe, la muerte, en un país de narcisos, seguirá siendo su condena irreversible.
------------------------------------------
Pintura del maestro catalán Salvador Dali, "La metamorfosis de Narciso" (1937).
Por Yuber H. Rojas Ariza.
La Paz es una imposibilidad en Colombia. Al contrario de la Paz, la creciente guerra demuestra su imposibilidad –la de la Paz-, en un país que se jacta de tener la democracia más antigua de Latinoamérica: una gran falacia sostenida en el vacío. Esto no lo digo con orgullo, más bien con desolación y vergüenza. ¿Por qué esa imposibilidad de la llamada “Paz”? La pregunta exige entrar en el debate sobre la concepción de Paz y, desde allí, desmenuzar dicho concepto. Pero mientras eso pasa, quisiera bordearla a través de la Guerra. Algo así como empezar por las ramas para luego centrarnos en su tallo, sus raíces y finalmente vislumbrarnos con el paisaje, permítame decirlo, en un “fito-análisis” de la llamada “sociedad colombiana” y su exposición ante un sol que carcome la carroña ¿Acaso re-conocernos y asombrarnos en semejante mundo ultra-racional? ¿Quiénes somos en medio de la guerra sin fin? ¿Simple carroña? ¿O quizás Narcisos engañados?
Parte I: El espejismo de una Paz “Negociada”
Entramos al escenario de nuestra imaginación. Llega Narciso. Sí, Narciso, el personaje de la mitología griega se apodera de nosotros. ¿Qué hace aquí tal personaje tratando de representar-nos la imposibilidad de la Paz? ¡Vaya asunto! ¿Sorpresa sobre el escenario? Al parecer lo han visto caminar cabizbajo, en un ritual diario, casi-mecánico hacia el lago. Lo han visto caminar, y ahora lo vemos dirigirse en silencio. Allí está. Se arrodilla y se queda por varias horas observando el lago. ¿Qué será aquello que observa por tanto tiempo? Narciso se levanta. Una leve sonrisa y luego camina devuelta. Es un ritual de mitología griega, tan mito-lógico como la Paz.
Dicen que Némesis lo castigó. Narciso, joven bello y engreído. Lo castigó por negarle su amor a una ninfa, por vanagloriarse de su propia belleza. Némesis, la diosa de la venganza, lo condenó a la muerte, a su propia muerte. Él, condenado a su amor propio, cumple a diario su ritual. ¿Y el reflejo? ¿Qué observa tan minuciosamente? A Narciso lo vemos acercarse al Lago para contemplar su propia belleza, la de él, claro está. No podría ser la del lago. Significa un enamoramiento excesivo, tal vez obsesivo, tal vez trastornado. De la mitología griega nos valemos, de la mitología griega ¿nos explicamos? Narciso llega y luego se va. Es un pobre loco enamorado de sí mismo.
De nuevo a la vida moderna: “¿Qué acontece en este mundo ultra-racional?, ¿Estarán enamorados de sí mismos, ellos, los negociadores de la Paz?” Dos preguntas un solo asombro. Noticia tras noticia, día tras día, el eco propagandístico se vanagloria de su misma gestión. Es un país de narcisos. El narcisismo de la Paz: la condena a la guerra en Colombia. Padece el gobierno la condena de Narciso como narcisista es la guerrilla de las FARC. En Cuba se habla de Paz pero en Colombia se hace la Guerra. Si se trocaran los verbos otro sería el asunto: se haría la paz y se hablaría de guerra. La guerra hay que hablarla, comprometerse a desmantelar su negocio, el mercado que la fundamenta. La paz hay que hacerla.
Pero al parecer la Paz que unos tienen en la cabeza es muy distinta a la Paz de los otros. Esa diferencia, algo normal y benéfica entre distintos, no es un problema. El problema está en la creencia de la Paz como Negocio. La gran falacia de la Paz se encuentra en su ambigüedad. La paz puede vestirse de blanco o teñirse de sangre. Puede, en ese sentido, acomodarse a cualquier lógica. Cuando se trata de la Paz “negociada” ya de por sí hay una noción, o mejor, una creencia de Paz. Se cree en la Paz como objeto etéreo mercantil. Bajo esa perspectiva, la Paz se transforma en un negocio y, por ende, en una propiedad privada, o si se quiere, en un objeto que se puede transar. No es otra cosa que una relación mercantil en juego. Pero ¿quién ha visto a la Paz transada aquí, transada allá, verla en números en verde, verla objeto mercantil? Justamente, esta noción de la «Paz como negocio» no es otra cosa que la expresión de un lenguaje mercantil (económico), una apología del neoliberalismo en La Habana.
Además del negocio, el punto en común entre el Gobierno y la Guerrilla de las FARC es justamente su narcisismo de ideales fracasados. Un narcisismo despiadado. Evidentemente no van al Lago para contemplar su belleza como el joven y apuesto Narciso. En lugar de ello van a Cuba a contemplar su respectiva ideología de sangre y fuego. La venganza los ha condenado a enamorarse de sí mismos. El gobierno enamorado de la Corrupción y la guerrilla bajo el efecto del negocio del narcotráfico. Ambos negocian la “Paz” y eso significa mantener la guerra. Una paz “negociada” supone un mercado de la Guerra.
No tiene sentido hablar de Paz si aún se mantiene, por ejemplo, un creciente Gasto militar por parte del gobierno. En los últimos 10 años, Colombia ha aumentado su gasto militar hasta convertirse hoy en día en el país de Latinoamérica que más dinero destina (con respecto al PIB) al llamado sector de “Seguridad”. En otras palabras, cerca de 3.7% del PIB va a parar al negocio de la guerra. Dinero que sostiene a más o menos 450000 miembros de la fuerza de seguridad (más a sus pensionados). Aquello queda reflejado en el presupuesto nacional del 2013 de 14.426,65 millones de dólares (26 billones de pesos), monto equivalente a la séptima parte del presupuesto de la nación del año en curso (185.5 billones de pesos). De tal presupuesto para el gasto militar -de acuerdo con declaraciones del ministro de Hacienda emitidas por radio recientemente- se han ejecutado 12.762,03 millones de dólares (23.1 billones de pesos), lo que significa que falta por ejecutarse (con base en el mes de septiembre) 1.664,62 millones de dólares (algo así como 2.91 billones de pesos).
Es un escándalo tanto dinero destinado a la guerra producto de nuestros impuestos, sobre todo cuando ese dinero podría ser administrado de mejor manera. Tomemos para el caso, un escenario posible. Si se congelara y disminuyera gradualmente el gasto militar se podría subsanar el déficit de los hospitales públicos en Colombia y se podrían mejorar las finanzas de las universidades públicas del país (quizás en tres o cuatro años) sin afectar la nómina de la fuerza militar.
Pero ni la educación ni salud son prioridad para el Gobierno. Para el gobierno la prioridad es el negocio de la paz, el mercado de la guerra. A su vez, tal lógica mercantil ha generado una lógica de muerte en el mismo seno de las fuerzas militares. Desde el gobierno de Uribe (un gobierno claramente totalitario) mientras Santos era ministro de defensa, se patentó una escalofriante lógica de ascenso militar. Hablo de los Falsos positivos, eufemismo del lenguaje de la guerra que se traduce en matar civiles para luego hacerlos pasar por guerrilleros. Esa práctica de guerra tiene un incentivo económico muy fuerte dentro del gremio militar. A medida que se mostraban más guerrilleros de “baja”, en ese afán de resultados, más posibilidades de ascenso se podían tener en el escalafón militar. Ascender en tal escalafón significa más dinero y estatus, más honores militares, etc. De allí que la práctica de los "Falsos Positivos" se convirtiera en una práctica recurrente por parte de las fuerzas militares y auspiciada por el gobierno colombiano en nombre de la “seguridad”. Según el informe de las Naciones Unidas presentado en enero de 2013, existen “4716 víctimas de homicidios presuntamente cometidos por las fuerzas de seguridad, muchos de los cuales corresponden al tipo de ejecuciones conocidas como falsos positivos” (p. 15). En pocas palabras: 4176 asesinatos de civiles por parte del Estado. Claramente una práctica de guerra que viola los derechos humanos y deja a las fuerzas militares en lamentables condiciones de credibilidad.
De manera similar se expresa el accionar de las Guerrillas de las FARC con respecto a la «Paz como negocio». Tampoco tiene sentido su discurso desgastado en nombre del pueblo cuando ellos mismos mantienen la guerra contra el mismo “pueblo”. El reclutamiento de jóvenes campesinos, la red de rutas del narcotráfico y el cultivo de coca, las distintas masacres durante varios años en el campo colombiano no tienen justificación, y son tan criminales como aquello cometido por las fuerzas militares y también por los paramilitares. Tampoco tiene justificación los distintos secuestros a civiles con fines de guerra y extorsión económica. Recordemos algo importante con respecto a éste asunto. Un policía retenido por la guerrilla es un prisionero de guerra, no un secuestrado. Un civil, en cambio, sí es un secuestrado. Dicha diferencia es importante para entender cómo el lenguaje de la guerra en Colombia se ha inmiscuido en la cotidianidad gracias al eco propagandístico de los noticieros privados en el cual se deja en el mismo rasero de la práctica del secuestro a civiles y soldados. Algo, por lo demás, parte del lenguaje que emana de ese mercado de la guerra y deja a los colombianos en medio de ella. El secuestro pasa entonces a convertirse en una práctica de negocio por parte de las FARC.
Sin embargo, el negocio es más grande. ¿Cuánto cuesta hacer la guerra? Hagamos un contraste: si la fuerza “pública” maneja 26 billones de pesos para mantener anualmente el funcionamiento del mercado de la guerra, sin contar las cifras astronómicas de contabilidad que significa la producción armamentística por parte de la Industria Militar (INDUMIL), empresa encargada de fabricar fusiles, explosivos, municiones, etc., más la logística y tecnología, infraestructura, capacitación, servicios, insumos, artefactos bélicos (desde la confección de un traje militar, la compra de una bala hasta aviones, helicópteros, barcos) que sostienen en conjunto tal mercado “legal” de la guerra; yo no quiero imaginar la otra cara: el mercado “ilegal” de la guerra. El tráfico de armas, de logística (“inteligencia militar”), por ejemplo. No quiero imaginar, en contraste, la capacidad de la guerrilla de las FARC en el mercado de la guerra. No quiero imaginar las cifras que maneja por los fusiles, municiones, explosivos y demás artefactos necesarios para mantener la guerra. Sin contar cosas básicas como el vestuario y la comida para sostener a cada uno de sus miembros que, según estimativos por parte del ministerio de defensa en el 2010, no superaban los 8000 integrantes. No quiero imaginar las finanzas que maneja ese grupo guerrillero producto del negocio del narcotráfico, el tráfico de armas, el secuestro y demás.
Sin lugar a dudas, si imagináramos las cuantías de dinero (sumadas) de la fuerza militar y la guerrilla de las FARC, entonces podríamos tratar de entender un poco más la «Paz como negocio». En otras palabras, entenderíamos que los llamados “negociadores de la Paz”, tanto del gobierno como de la guerrilla, no son otra cosa que empresarios de la guerra. En efecto, es un monto de billones de pesos nada despreciables en la economía del país lo que está en juego. La guerra pareciere tener su propio “producto interno bruto”. Es como si existiera, además de las dos economías (real y financiera) una tercera: la guerra.
¿Qué se puede esperar de un país en semejante Estado de Guerra? Sospecho que nada más allá del crecimiento de ésta última economía en nombre de la Paz: el negocio de la muerte y la exclusión social cada vez más agresiva. No en vano Colombia ocupa el primer puesto en el mundo en desplazamiento forzado interno, por ejemplo. Solo por mencionarlo, según el informe presentado en el 2013 en Ginebra por parte del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC) los desplazados por la violencia están entre 4.9 y 5.9 millones de colombianos, es decir, cerca de la octava parte de la población colombiana se encuentra en esas condiciones. O todavía más claro: de cada 8 colombianos, 1 padece el estigma de ser desplazado por la dinámica de la guerra. Realmente triste y avergonzante –tan angustiante y doloroso- en el país de la “democracia más antigua de América Latina”: ¡Realmente una catástrofe social!
¿Qué queda por decir después de todo esto? La paz no es un negocio. La guerra hay que detenerla y eso significa desmantelar su propia economía. ¿Estarán dispuestos tanto Gobierno como Guerrilla a hacerlo? Sospecho que ninguno quiere renunciar al negocio. Ambos están enamorados, son una perfecta pareja dispareja. Como narcisos han caminado la historia a sangre y fuego, amando la guerra, amando la muerte: la fuerza militar habla el mismo lenguaje de muerte de sus oponentes y a la inversa. La falacia de la Paz es tan solo un espejismo en el lago de ideales desvanecidos. En otras palabras, realmente la Paz es una imposibilidad mientras su fundamento sea el mercado de la Guerra. Y mientras eso continúe, la muerte, en un país de narcisos, seguirá siendo su condena irreversible.
------------------------------------------
Pintura del maestro catalán Salvador Dali, "La metamorfosis de Narciso" (1937).