Por: Yuber H. Rojas Ariza.
Hoy más que nunca se hace apremiante la Formación en humanidades y ciencias sociales dentro de los procesos educativos. No como parte de un mundo globalizado que le apunta a una sociedad del conocimiento (meramente), argumento de Manuel Castells en su conocido libro La Era de la Información donde en el primer volumen describe una “sociedad red”, sino como Resistencia de la Palabra (que dice y hace). Si bien existe una tendencia global a minimizar, por no decir a tratar de eliminar la importancia de los procesos formativos en humanas y los procesos cualitativos y discursivos que están implicados, también es cierto que es un momento crucial para tomar la vocería de los cambios sociales pero sobre todo culturales que requiere una sociedad como la nuestra.
Digo Sociedad y ya esto implica hablar de un país como Colombia, tan diverso, complejo y problemático. En efecto, quiero ser explícito con respecto a la responsabilidad y sentido del papel de la enseñanza en Humanidades que va más allá de cualquier discurso pos-moderno. Bajo tal contexto, entendiendo la responsabilidad (profunda) de la formación en humanidades, entendiendo la magnitud del rol del profesor en la formación universitaria, puede entonces considerarse que el principal objetivo es generar espacios de crítica y autocrítica. Objetivo que implica un proceso de formación, un re-conocimiento del papel de las humanidades en los cambios sociales y culturales. Allí radica su importancia. Si se tiene claro el objetivo, de inmediato se cae en la cuenta que esto implica reconocer el valor de la crítica y la autocrítica en el proceso de conocimiento ¿Cómo hacerlo?
Bien lo reconoce uno de los pensadores colombianos más importantes, Estanislao Zuleta, cuando se refiere a la necesidad de un Elogio de la Dificultad en el proceso de Pensar -digo esto y ya implica hablar del Pensamiento en mayúscula y no de cualquier nimiedad-. La Dificultad de Zuleta es un tributo al esfuerzo por Pensar. Significa la valoración de ésta en el proceso de formación y cómo la Palabra se yergue ante la acción de cualquier tipo de violencia, por ejemplo. Y si “la” Violencia es un problema notorio en un país que poco o nada valora el Pensar, no menos preocupante es la encarnación de la Corrupción y de la Mediocridad en las acciones de ésta “sociedad colombiana”; y no menos cuando impregna el ambiente universitario, para tomar otro ejemplo. Así pintado el escenario con la violencia, corrupción y mediocridad sobre el entablado, la sociedad colombiana padece los problemas que Zuleta logró vislumbrar. Sin embargo, también queda la pregunta sobre el rol de la formación, valga aquí decirlo, socio-humanística ¿Cómo interpretarnos desde tal escenario?
Una función específica de la formación socio-humanística recae en lograr generar espacios para la crítica y la autocrítica. Y este rol sin lugar a dudas lo desempeña profesor-estudiante. El profesor que rinde culto al esfuerzo logra un culto de la Dificultad del estudiante hacia el conocimiento. Y por efecto: se convierte en un antídoto frente a la Corrupción y Mediocridad del modo-de-estar-en-el-mundo del “colombiano”.
Quizás con cierta impresión lo último resulta tan osado como controversial: ¿Por qué luchar contra la Corrupción y Mediocridad desde la formación Crítica y Autocrítica? Una aproximación a la respuesta como posibilidad recae justamente en comprender que allí radica la importancia de la Formación en Humanidades y Sociales: ¿No es acaso esto parte de nuestras inquietudes, más allá de cualquier moralismo, lo que permite no solamente reconocer el problema sino también de tomar una posición activa en pro de espacios para cambios sociales y culturales? Permítaseme decir que la formación en Humanidades y Sociales (y las distintas disciplinas que la conforman), tiene una gran responsabilidad, una posición ética frente al mundo: o bien se toma posición activa a favor de la crítica y la autocrítica, o bien se toma una posición pasiva y permisiva frente a la Corrupción y Mediocridad en la formación universitaria.
¿Acaso si se toma posición a favor de lo último puede esperarse que el futuro profesional se desligue de ello? Lo más probable es que se re-produzca la Corrupción y la Mediocridad en la vida profesional. Pero todo lo contrario es más deseable a favor de los cambios sociales y culturales que se requieren; es decir, es más efectivo romper con la Corrupción-Mediocridad porque, al tomar postura por la Crítica y la Autocrítica en aras de los cambios para un país como el nuestro, se abre la posibilidad de reconocer que pensar (y reflexionar) sobre la pesadumbre social del país es la expresión de la Resistencia de la Palabra (que dice y hace). Significa que un elogio de la dificultad de un estudiante que después se hace profesional, permite valorar el esfuerzo propio y del otro: un respeto mutuo. Y aún más: permitiría construir soluciones colectivas en tanto que uno y otro saben, se reconocen como humanos. ¿Acaso no esto parte del papel (activo) de las ciencias sociales y de humanidades? Pero, ¿cómo poder hacer efectivo esto ese reconocimiento de lo humano?
Considero esencial tener en cuenta el papel del profesor de Humanidades y Sociales dentro de la dinámica técnico-científica de la educación actual. No es un secreto que dicha “dinámica” ha puesto nuestro campo de formación en un lugar poco grato, esto es, secundario e inclusive rezagado frente a las directrices trazadas e implementadas por las universidades. Basta con decir que las “ciencias blandas” (sociales) y las “ciencias duras” (naturales) así llamadas por Karl Popper, es una división donde las primeras están por debajo de las segundas en un mundo globalizado, o al menos así se cree desde la óptica productivista.
No obstante, más allá de esa discusión, me interesa reconocer que la actual crisis del mundo moderno es una oportunidad para hacer interpretaciones (y acciones) frente al acontecer de lo humano e intentar abrir un Topos de pensamiento. Y eso ya de por sí plantea un papel activo de nuestro campo. Hablo de su importancia, pero también del rol del profesor en éste campo. Hablo de la actitud del profesor (de humanidades y sociales) hacia los estudiantes, hacia la construcción de un conocimiento y saberes que nos permita leer-nos como sociedad. ¿No son acaso los problemas de un país como Colombia, problemas profundamente sociales y culturales? ¿Cómo ver-nos ante el espejo? ¿Dónde está el espejo que permita leernos?
Si desde la actual dinámica técnico-científica se cree haber quebrantado el espejo con su lenguaje productivista de eficiencia y eficacia porque la educación ha quedado supeditada a sus índices económicos, considero que es fundamental reflejarnos en el saber socio-humanístico porque abre un espacio para re-interpretar-nos como sociedad. Se hace vital construir un espejo, es decir, un lenguaje que posibilite re-conocernos como “humanos” y no quedarse con la imagen de simples máquinas a merced del engranaje económico. Se hace vital imaginar mundos, sentir el nuestro y pensarlo más allá del discurso de globalización. En ese sentido, la formación en ciencias sociales y humanidades es un campo de resistencia basado en la crítica y la autocrítica de (y sobre) la época moderna. Y con eso estoy diciendo que se requiere construir varios espejos cuya “fabricación” requiere del papel activo del profesor y estudiante con su actitud crítica y autocrítica.
Sin embargo, esa “actitud” puede resultar vacía si el horizonte no es claro. ¿Horizonte claro en una época en tinieblas? ¿No es esto ilusorio? Si existe un reto en la formación en humanas es precisamente la Resistencia de la Palabra (que dice y hace). Más enfático: el pensamiento, las sensibilidades y la imaginación que resisten. En medio de una época tecnificada, instrumental y cosificada por el gran capital, la resistencia es el llamado al quehacer en humanas. Y si esto es así, si las ciencias sociales y humanas se quieren eliminar (y se están eliminando) del proceso de formación en función de la productividad, entonces eso significa que está todo por hacerse en un país llamado Colombia pues se requiere un espejo que nos permita “aterrarnos” (quizás) de la monstruosidad. Bienvenida sea la crítica y la autocrítica como Resistencia para reversar el camino hacia el abismo de sí mismo: hombre moderno.
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Pintura del maestro noruego Edward Munch, "El Grito" (1893).
Hoy más que nunca se hace apremiante la Formación en humanidades y ciencias sociales dentro de los procesos educativos. No como parte de un mundo globalizado que le apunta a una sociedad del conocimiento (meramente), argumento de Manuel Castells en su conocido libro La Era de la Información donde en el primer volumen describe una “sociedad red”, sino como Resistencia de la Palabra (que dice y hace). Si bien existe una tendencia global a minimizar, por no decir a tratar de eliminar la importancia de los procesos formativos en humanas y los procesos cualitativos y discursivos que están implicados, también es cierto que es un momento crucial para tomar la vocería de los cambios sociales pero sobre todo culturales que requiere una sociedad como la nuestra.
Digo Sociedad y ya esto implica hablar de un país como Colombia, tan diverso, complejo y problemático. En efecto, quiero ser explícito con respecto a la responsabilidad y sentido del papel de la enseñanza en Humanidades que va más allá de cualquier discurso pos-moderno. Bajo tal contexto, entendiendo la responsabilidad (profunda) de la formación en humanidades, entendiendo la magnitud del rol del profesor en la formación universitaria, puede entonces considerarse que el principal objetivo es generar espacios de crítica y autocrítica. Objetivo que implica un proceso de formación, un re-conocimiento del papel de las humanidades en los cambios sociales y culturales. Allí radica su importancia. Si se tiene claro el objetivo, de inmediato se cae en la cuenta que esto implica reconocer el valor de la crítica y la autocrítica en el proceso de conocimiento ¿Cómo hacerlo?
Bien lo reconoce uno de los pensadores colombianos más importantes, Estanislao Zuleta, cuando se refiere a la necesidad de un Elogio de la Dificultad en el proceso de Pensar -digo esto y ya implica hablar del Pensamiento en mayúscula y no de cualquier nimiedad-. La Dificultad de Zuleta es un tributo al esfuerzo por Pensar. Significa la valoración de ésta en el proceso de formación y cómo la Palabra se yergue ante la acción de cualquier tipo de violencia, por ejemplo. Y si “la” Violencia es un problema notorio en un país que poco o nada valora el Pensar, no menos preocupante es la encarnación de la Corrupción y de la Mediocridad en las acciones de ésta “sociedad colombiana”; y no menos cuando impregna el ambiente universitario, para tomar otro ejemplo. Así pintado el escenario con la violencia, corrupción y mediocridad sobre el entablado, la sociedad colombiana padece los problemas que Zuleta logró vislumbrar. Sin embargo, también queda la pregunta sobre el rol de la formación, valga aquí decirlo, socio-humanística ¿Cómo interpretarnos desde tal escenario?
Una función específica de la formación socio-humanística recae en lograr generar espacios para la crítica y la autocrítica. Y este rol sin lugar a dudas lo desempeña profesor-estudiante. El profesor que rinde culto al esfuerzo logra un culto de la Dificultad del estudiante hacia el conocimiento. Y por efecto: se convierte en un antídoto frente a la Corrupción y Mediocridad del modo-de-estar-en-el-mundo del “colombiano”.
Quizás con cierta impresión lo último resulta tan osado como controversial: ¿Por qué luchar contra la Corrupción y Mediocridad desde la formación Crítica y Autocrítica? Una aproximación a la respuesta como posibilidad recae justamente en comprender que allí radica la importancia de la Formación en Humanidades y Sociales: ¿No es acaso esto parte de nuestras inquietudes, más allá de cualquier moralismo, lo que permite no solamente reconocer el problema sino también de tomar una posición activa en pro de espacios para cambios sociales y culturales? Permítaseme decir que la formación en Humanidades y Sociales (y las distintas disciplinas que la conforman), tiene una gran responsabilidad, una posición ética frente al mundo: o bien se toma posición activa a favor de la crítica y la autocrítica, o bien se toma una posición pasiva y permisiva frente a la Corrupción y Mediocridad en la formación universitaria.
¿Acaso si se toma posición a favor de lo último puede esperarse que el futuro profesional se desligue de ello? Lo más probable es que se re-produzca la Corrupción y la Mediocridad en la vida profesional. Pero todo lo contrario es más deseable a favor de los cambios sociales y culturales que se requieren; es decir, es más efectivo romper con la Corrupción-Mediocridad porque, al tomar postura por la Crítica y la Autocrítica en aras de los cambios para un país como el nuestro, se abre la posibilidad de reconocer que pensar (y reflexionar) sobre la pesadumbre social del país es la expresión de la Resistencia de la Palabra (que dice y hace). Significa que un elogio de la dificultad de un estudiante que después se hace profesional, permite valorar el esfuerzo propio y del otro: un respeto mutuo. Y aún más: permitiría construir soluciones colectivas en tanto que uno y otro saben, se reconocen como humanos. ¿Acaso no esto parte del papel (activo) de las ciencias sociales y de humanidades? Pero, ¿cómo poder hacer efectivo esto ese reconocimiento de lo humano?
Considero esencial tener en cuenta el papel del profesor de Humanidades y Sociales dentro de la dinámica técnico-científica de la educación actual. No es un secreto que dicha “dinámica” ha puesto nuestro campo de formación en un lugar poco grato, esto es, secundario e inclusive rezagado frente a las directrices trazadas e implementadas por las universidades. Basta con decir que las “ciencias blandas” (sociales) y las “ciencias duras” (naturales) así llamadas por Karl Popper, es una división donde las primeras están por debajo de las segundas en un mundo globalizado, o al menos así se cree desde la óptica productivista.
No obstante, más allá de esa discusión, me interesa reconocer que la actual crisis del mundo moderno es una oportunidad para hacer interpretaciones (y acciones) frente al acontecer de lo humano e intentar abrir un Topos de pensamiento. Y eso ya de por sí plantea un papel activo de nuestro campo. Hablo de su importancia, pero también del rol del profesor en éste campo. Hablo de la actitud del profesor (de humanidades y sociales) hacia los estudiantes, hacia la construcción de un conocimiento y saberes que nos permita leer-nos como sociedad. ¿No son acaso los problemas de un país como Colombia, problemas profundamente sociales y culturales? ¿Cómo ver-nos ante el espejo? ¿Dónde está el espejo que permita leernos?
Si desde la actual dinámica técnico-científica se cree haber quebrantado el espejo con su lenguaje productivista de eficiencia y eficacia porque la educación ha quedado supeditada a sus índices económicos, considero que es fundamental reflejarnos en el saber socio-humanístico porque abre un espacio para re-interpretar-nos como sociedad. Se hace vital construir un espejo, es decir, un lenguaje que posibilite re-conocernos como “humanos” y no quedarse con la imagen de simples máquinas a merced del engranaje económico. Se hace vital imaginar mundos, sentir el nuestro y pensarlo más allá del discurso de globalización. En ese sentido, la formación en ciencias sociales y humanidades es un campo de resistencia basado en la crítica y la autocrítica de (y sobre) la época moderna. Y con eso estoy diciendo que se requiere construir varios espejos cuya “fabricación” requiere del papel activo del profesor y estudiante con su actitud crítica y autocrítica.
Sin embargo, esa “actitud” puede resultar vacía si el horizonte no es claro. ¿Horizonte claro en una época en tinieblas? ¿No es esto ilusorio? Si existe un reto en la formación en humanas es precisamente la Resistencia de la Palabra (que dice y hace). Más enfático: el pensamiento, las sensibilidades y la imaginación que resisten. En medio de una época tecnificada, instrumental y cosificada por el gran capital, la resistencia es el llamado al quehacer en humanas. Y si esto es así, si las ciencias sociales y humanas se quieren eliminar (y se están eliminando) del proceso de formación en función de la productividad, entonces eso significa que está todo por hacerse en un país llamado Colombia pues se requiere un espejo que nos permita “aterrarnos” (quizás) de la monstruosidad. Bienvenida sea la crítica y la autocrítica como Resistencia para reversar el camino hacia el abismo de sí mismo: hombre moderno.
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Pintura del maestro noruego Edward Munch, "El Grito" (1893).