Por: Yuber H. Rojas Ariza.
Cuando Inglaterra en el siglo XIX se alzaba como la primera potencia mundial, la economía política de inicios de ese siglo promovía una posibilidad contundente: el salario de subsistencia. En la obra Principios de Economía Política y Tributación David Ricardo, eminente teórico inglés, dejaba sobre la “mesa de discusión” aquella posibilidad para la clase trabajadora. ¿Qué significa eso de salario de subsistencia? La propuesta de David Ricardo, además de “elegante” salida al problema de los salarios que emanaba de la Teoría Valor-Trabajo también se constituirá en la base del llamado salario mínimo. Vale aclararlo: el salario de subsistencia consistía en un salario para comer y vestir como compensación a las largas jornadas de trabajo de 12 a 20 horas al día. La clase trabajadora inglesa que poblaba Londres, la misma capital que Charles Dickens testimonia a través de su “realismo social”, fue el escenario donde la explotación de mano de obra tuvo un impacto decisivo en las formas de trabajo que sostendrán posteriormente la dinámica del sistema económico capitalista.
La historia del salario mínimo puede resultar tan atractiva como escalofriante. Atractiva teóricamente y escalofriante cuando toma carne y hueso. Con el salario de subsistencia en marcha, el Capitalismo tuvo su Revolución Industrial. La Tékne griega, aquella que expresó en su momento el arte de hacer una cosa, ahora se transforma en nuestra época en el despliegue de la Técnica Moderna donde lo humano se desvanece para darle paso a la Máquina. Desaparece el arte y en su lugar aparece la producción masiva de mercancías. Se está en pleno advenimiento de la muerte de lo humano para darle paso a la vida de las cosas. O lo que viene siendo lo mismo: la cosificación de la vida. La revolución industrial es expresión de dicha relación y el salario de subsistencia un frío mecanismo de funcionamiento ideado como solución por el ilustre David Ricardo décadas atrás. De manera que lo aparentemente “inofensivo” en términos teóricos va a convertirse en un potente mecanismo de explotación que despliega el poder de la Técnica Moderna a la luz de la Ciencia y su aplicación.
Con todo esto, se abre paso a la ampliación de la base material que Fernand Braudel va a resaltar en su agudo análisis sobre la Dinámica del Capitalismo. Significa que el salario de subsistencia, más allá de indicar valor de cambio, va a señalar algo aun más importante: el valor de la vida llevado a su mínima expresión, la subsistencia. ¿Qué quiere decir entonces Subsistencia? La pregunta nos deja en una situación inquietante porque significa que quedamos “debajo de” un “algo”. Ese “algo” se refiere nada menos y nada más que a la propia Existencia. ¿Acaso quedamos por debajo de la Existencia? En ese sentido, la pregunta por la Subsistencia implica una pregunta por una expresión mínima de la vida: trabajar para producir. Bien podría parodiarse “El trabajo os hará libres” por “el trabajo os dará vida”; “vida” para trabajar, “vida” para consumir: esclavismo moderno.
Si el siglo XIX fue el auge de las aplicaciones técnicas basadas especialmente en la mecánica clásica, el siglo XX va a profundizar en la era tecnológica. ¿Mejora la vida porque mejora la Técnica? ¿Mejora la vida porque hay más mercancías, más tecnología? ¿Qué mejora en la vida si la vida es “algo” que “debe” mejorar? ¿Se puede mejorar la vida? ¿Cómo tratar de comprender semejante idea que sustenta a una sociedad ahogada en el consumismo? La ilusión de una vida mejor es tan solo un espejismo. De ilusión vive el obrero, por ejemplo. Lo que en el siglo XIX se llama salario de subsistencia cambia de nombre pero no de contenido: el salario mínimo aparece como esa ilusión de Progreso. “Obrero, Mejora tu vida, consume” sé alguien en la vida. Cualquier eslogan podría aparecer con tal invitación idílica, un cielo terrenal de la sociedad moderna que vive de ideales fracasados, como fracasado ha resultado la idea de un salario mínimo.
Pero, ¿Qué es eso de salario mínimo? ¿Cómo es posible pasar de Subsistencia a Mínimo? Si uno se percata del lenguaje utilizado cae en la cuenta que la expresión “mínimo” hace alusión a un límite “inferior” dentro de un intervalo. Si nos concentramos en esto, más allá del conocimiento matemático y estadístico, veremos que nuevamente la teoría adquiere un valor fundamental para comprender. ¿Qué hacer con la clase trabajadora? ¿Hay que dejarla morir de hambre, de frío o desdicha? El Welfare State constituirá las bases del salario mínimo: la llamada seguridad social (salud, pensión) será su legado. ¿Habría que entender al capitalismo en su versión filantrópica? Es decir, ¿un capitalismo de Estado que se preocupa por la vida de los trabajadores? Sin lugar a dudas es otro espejismo. Si somos más agudos, incisivos con las preguntas, la agudeza y finura del análisis nos llevará a comprender que no importa la vida en sí misma, sino más bien la perpetuación de la mano de obra. Una clase trabajadora que pueda reproducirse, que pueda ser más productiva, que logre consumir y generar ganancias para los propietarios que pagan salarios mínimos es el discurso que emerge de tal perspectiva de mundo.
En efecto, también desde el punto de vista de los movimientos sociales, el salario mínimo se ve como una ganancia, esto es, un logro por negociar en pro de mantener un salario mínimo. No obstante, es otra ilusión porque con ello no se asegura la existencia sino la subsistencia del trabajador en un tiempo y espacio distinto. ¿Se vive para subsistir o para existir? Nadie pregunta esto, y dudo mucho que un sindicato negociador lo haga. Pero que no se pregunte resulta precisamente sospechoso. Para ser más concreto: al plantear la pregunta de inmediato nos remitimos a la valoración de la vida, de una vida digna. ¿Trabajamos para soñar como reyes y vivir como esclavos? Una vida digna no significa estar en función del dinero estrictamente. El Capitalismo en su versión estatal, legado de otro ilustre teórico en economía, J. M. Keynes, así lo constata: la re-producción (perpetuación) de la clase trabajadora a través de un concepto como la propensión marginal a consumir, es decir, hacer que la mano de obra consuma lo que produce. Significa, coloquialmente “gana un salario (mínimo) y consume lo máximo”. Los años dorados del capitalismo del siglo XX, así lo ratificaron cuando se vivió en la ilusión y el boom de la tecnología.
Hoy en día, comenzando el siglo XXI y bajo el Capitalismo de Mercado, el asunto no ha cambiado sustancialmente. Se sigue bajo la idea de “salario mínimo” ajustado a la inflación. Queda fluctuando de acuerdo al comportamiento maniaco del dios mercado. Y con ello también queda fluctuando el valor de la vida, el valor mismo del trabajo. El trabajador adquiere estatus de consumidor. Consumidor que puede incluso consumir más allá de su salario, es decir, adquirir deuda (crédito) para “subsistir”. Sea por vanidad o por supervivencia, lo cierto es que el término “Vida Crediticia” se ha insertado en el lenguaje común para señalar y dejar aún más a la vista que la noción de hombre se ha reducido a una especie de “hombre-crédito”.
Quizás no notemos a simple vista el gran poder que se tiene cuando se deja de consumir o se deja de endeudarse para consumir. La gran fragilidad del Capitalismo de Mercado radica en su mundo ficticio, en el mundo donde el hombre-crédito y su vida también crediticia queda reducida a lo monetario. ¿Cómo entender esto con el salario mínimo? El asunto de nuevo es una trampa de lenguaje, otra mera ilusión. ¿Si existe salario mínimo por qué no puede existir un salario máximo? ¿Qué significa que, siguiendo el discurso dominante, aquí nos atrevamos a abrir la posibilidad de un salario máximo? ¿Cómo entenderlo? Quizás no resulta atractiva la posibilidad planteada al ojo del empresario que le enciende velas al dios mercado o al funcionario público que le reza a Keynes. En esa perspectiva, más allá o más acá de hablar de un salario máximo y un salario mínimo, lo cierto es tratar de comprender que la vida no puede reducirse a una mera cuestión monetaria y mucho menos crediticia.
Quiero ser más explícito: frente a una vida de subsistencia la posibilidad de comprensión se encuentra en la existencia misma, en una vida digna. Y si el salario abre está posibilidad, entonces no se puede hablar de un salario mínimo, máximo ni menos aun de subsistencia. De lo que hay para hablar es de un salario Digno; digno para existir y no subsistir: digno porque no reduce al hombre a un mero monetarismo. ¿Qué queda por pensar al respecto? Queda salir del estrecho margen de la moneda y abrirse por ejemplo al Arte, al Deporte, al Ocio, a la Familia, a nosotros mismos: a la Vida. ¿Cómo lograrlo? He ahí una pregunta que requiere salir de la ilusión para transformarse en un hecho ¿Podremos pensar en esto cuando subsistimos en la cotidianidad de la ciudad moderna? Espero que mientras eso pase Cronos no nos devore en silencio como a cualquier hijo perdido en el tiempo moderno.
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Pintura del maestro español Francisco de Goya, "saturno devorando a un hijo" (1819).
Cuando Inglaterra en el siglo XIX se alzaba como la primera potencia mundial, la economía política de inicios de ese siglo promovía una posibilidad contundente: el salario de subsistencia. En la obra Principios de Economía Política y Tributación David Ricardo, eminente teórico inglés, dejaba sobre la “mesa de discusión” aquella posibilidad para la clase trabajadora. ¿Qué significa eso de salario de subsistencia? La propuesta de David Ricardo, además de “elegante” salida al problema de los salarios que emanaba de la Teoría Valor-Trabajo también se constituirá en la base del llamado salario mínimo. Vale aclararlo: el salario de subsistencia consistía en un salario para comer y vestir como compensación a las largas jornadas de trabajo de 12 a 20 horas al día. La clase trabajadora inglesa que poblaba Londres, la misma capital que Charles Dickens testimonia a través de su “realismo social”, fue el escenario donde la explotación de mano de obra tuvo un impacto decisivo en las formas de trabajo que sostendrán posteriormente la dinámica del sistema económico capitalista.
La historia del salario mínimo puede resultar tan atractiva como escalofriante. Atractiva teóricamente y escalofriante cuando toma carne y hueso. Con el salario de subsistencia en marcha, el Capitalismo tuvo su Revolución Industrial. La Tékne griega, aquella que expresó en su momento el arte de hacer una cosa, ahora se transforma en nuestra época en el despliegue de la Técnica Moderna donde lo humano se desvanece para darle paso a la Máquina. Desaparece el arte y en su lugar aparece la producción masiva de mercancías. Se está en pleno advenimiento de la muerte de lo humano para darle paso a la vida de las cosas. O lo que viene siendo lo mismo: la cosificación de la vida. La revolución industrial es expresión de dicha relación y el salario de subsistencia un frío mecanismo de funcionamiento ideado como solución por el ilustre David Ricardo décadas atrás. De manera que lo aparentemente “inofensivo” en términos teóricos va a convertirse en un potente mecanismo de explotación que despliega el poder de la Técnica Moderna a la luz de la Ciencia y su aplicación.
Con todo esto, se abre paso a la ampliación de la base material que Fernand Braudel va a resaltar en su agudo análisis sobre la Dinámica del Capitalismo. Significa que el salario de subsistencia, más allá de indicar valor de cambio, va a señalar algo aun más importante: el valor de la vida llevado a su mínima expresión, la subsistencia. ¿Qué quiere decir entonces Subsistencia? La pregunta nos deja en una situación inquietante porque significa que quedamos “debajo de” un “algo”. Ese “algo” se refiere nada menos y nada más que a la propia Existencia. ¿Acaso quedamos por debajo de la Existencia? En ese sentido, la pregunta por la Subsistencia implica una pregunta por una expresión mínima de la vida: trabajar para producir. Bien podría parodiarse “El trabajo os hará libres” por “el trabajo os dará vida”; “vida” para trabajar, “vida” para consumir: esclavismo moderno.
Si el siglo XIX fue el auge de las aplicaciones técnicas basadas especialmente en la mecánica clásica, el siglo XX va a profundizar en la era tecnológica. ¿Mejora la vida porque mejora la Técnica? ¿Mejora la vida porque hay más mercancías, más tecnología? ¿Qué mejora en la vida si la vida es “algo” que “debe” mejorar? ¿Se puede mejorar la vida? ¿Cómo tratar de comprender semejante idea que sustenta a una sociedad ahogada en el consumismo? La ilusión de una vida mejor es tan solo un espejismo. De ilusión vive el obrero, por ejemplo. Lo que en el siglo XIX se llama salario de subsistencia cambia de nombre pero no de contenido: el salario mínimo aparece como esa ilusión de Progreso. “Obrero, Mejora tu vida, consume” sé alguien en la vida. Cualquier eslogan podría aparecer con tal invitación idílica, un cielo terrenal de la sociedad moderna que vive de ideales fracasados, como fracasado ha resultado la idea de un salario mínimo.
Pero, ¿Qué es eso de salario mínimo? ¿Cómo es posible pasar de Subsistencia a Mínimo? Si uno se percata del lenguaje utilizado cae en la cuenta que la expresión “mínimo” hace alusión a un límite “inferior” dentro de un intervalo. Si nos concentramos en esto, más allá del conocimiento matemático y estadístico, veremos que nuevamente la teoría adquiere un valor fundamental para comprender. ¿Qué hacer con la clase trabajadora? ¿Hay que dejarla morir de hambre, de frío o desdicha? El Welfare State constituirá las bases del salario mínimo: la llamada seguridad social (salud, pensión) será su legado. ¿Habría que entender al capitalismo en su versión filantrópica? Es decir, ¿un capitalismo de Estado que se preocupa por la vida de los trabajadores? Sin lugar a dudas es otro espejismo. Si somos más agudos, incisivos con las preguntas, la agudeza y finura del análisis nos llevará a comprender que no importa la vida en sí misma, sino más bien la perpetuación de la mano de obra. Una clase trabajadora que pueda reproducirse, que pueda ser más productiva, que logre consumir y generar ganancias para los propietarios que pagan salarios mínimos es el discurso que emerge de tal perspectiva de mundo.
En efecto, también desde el punto de vista de los movimientos sociales, el salario mínimo se ve como una ganancia, esto es, un logro por negociar en pro de mantener un salario mínimo. No obstante, es otra ilusión porque con ello no se asegura la existencia sino la subsistencia del trabajador en un tiempo y espacio distinto. ¿Se vive para subsistir o para existir? Nadie pregunta esto, y dudo mucho que un sindicato negociador lo haga. Pero que no se pregunte resulta precisamente sospechoso. Para ser más concreto: al plantear la pregunta de inmediato nos remitimos a la valoración de la vida, de una vida digna. ¿Trabajamos para soñar como reyes y vivir como esclavos? Una vida digna no significa estar en función del dinero estrictamente. El Capitalismo en su versión estatal, legado de otro ilustre teórico en economía, J. M. Keynes, así lo constata: la re-producción (perpetuación) de la clase trabajadora a través de un concepto como la propensión marginal a consumir, es decir, hacer que la mano de obra consuma lo que produce. Significa, coloquialmente “gana un salario (mínimo) y consume lo máximo”. Los años dorados del capitalismo del siglo XX, así lo ratificaron cuando se vivió en la ilusión y el boom de la tecnología.
Hoy en día, comenzando el siglo XXI y bajo el Capitalismo de Mercado, el asunto no ha cambiado sustancialmente. Se sigue bajo la idea de “salario mínimo” ajustado a la inflación. Queda fluctuando de acuerdo al comportamiento maniaco del dios mercado. Y con ello también queda fluctuando el valor de la vida, el valor mismo del trabajo. El trabajador adquiere estatus de consumidor. Consumidor que puede incluso consumir más allá de su salario, es decir, adquirir deuda (crédito) para “subsistir”. Sea por vanidad o por supervivencia, lo cierto es que el término “Vida Crediticia” se ha insertado en el lenguaje común para señalar y dejar aún más a la vista que la noción de hombre se ha reducido a una especie de “hombre-crédito”.
Quizás no notemos a simple vista el gran poder que se tiene cuando se deja de consumir o se deja de endeudarse para consumir. La gran fragilidad del Capitalismo de Mercado radica en su mundo ficticio, en el mundo donde el hombre-crédito y su vida también crediticia queda reducida a lo monetario. ¿Cómo entender esto con el salario mínimo? El asunto de nuevo es una trampa de lenguaje, otra mera ilusión. ¿Si existe salario mínimo por qué no puede existir un salario máximo? ¿Qué significa que, siguiendo el discurso dominante, aquí nos atrevamos a abrir la posibilidad de un salario máximo? ¿Cómo entenderlo? Quizás no resulta atractiva la posibilidad planteada al ojo del empresario que le enciende velas al dios mercado o al funcionario público que le reza a Keynes. En esa perspectiva, más allá o más acá de hablar de un salario máximo y un salario mínimo, lo cierto es tratar de comprender que la vida no puede reducirse a una mera cuestión monetaria y mucho menos crediticia.
Quiero ser más explícito: frente a una vida de subsistencia la posibilidad de comprensión se encuentra en la existencia misma, en una vida digna. Y si el salario abre está posibilidad, entonces no se puede hablar de un salario mínimo, máximo ni menos aun de subsistencia. De lo que hay para hablar es de un salario Digno; digno para existir y no subsistir: digno porque no reduce al hombre a un mero monetarismo. ¿Qué queda por pensar al respecto? Queda salir del estrecho margen de la moneda y abrirse por ejemplo al Arte, al Deporte, al Ocio, a la Familia, a nosotros mismos: a la Vida. ¿Cómo lograrlo? He ahí una pregunta que requiere salir de la ilusión para transformarse en un hecho ¿Podremos pensar en esto cuando subsistimos en la cotidianidad de la ciudad moderna? Espero que mientras eso pase Cronos no nos devore en silencio como a cualquier hijo perdido en el tiempo moderno.
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Pintura del maestro español Francisco de Goya, "saturno devorando a un hijo" (1819).