Por: Yuber H. Rojas Ariza
El problema fundamental en Colombia no es "la" Violencia ni menos todavía el Narcotráfico. Si bien son un problema de carne y hueso, no son el gran problema aunque bastante lo hayamos padecido. Nada más falso que una Paz Blanca, ¿por qué aseverar esto? El problema fundacional en Colombia es la Corrupción y la Mediocridad que emana de una construcción social ultraconservadora (sea de derecha o de izquierda) que le teme a la diferencia en su afán de poder: es un problema fundamentalmente ético.
Eso significa que la Violencia es expresión de esta ausencia de un modo de estar en el mundo: de una clara ausencia de posición ética frente al mundo. La corrupción histórica que ha emanado desde la época de la corona española y, generación tras generación, se ha reproducido en la piel de una elite criolla profundamente Mediocre, acompañada por el santiamén de la iglesia católica que bastante ha avalado el baño de sangre en Colombia desde el siglo XIX bajo una moral de dudosa procedencia, es la gran simbiosis de complejo problema. Problema que además, dio como resultado un proyecto Estado-nación conservador, ortodoxo y temerario condenado desde su nacimiento al fracaso. Por un lado, porque ha teñido de blanco a una elite y, por otro, porque a una gran mayoría de piel canela y negra la ha condenado –nótese, a la gran mayoría de nosotros, los anónimos- al fuego de los fusiles o a la miseria. En otras palabras: se han generado las condiciones para la reproducción de ideas recalcitrantemente conservadoras y para prácticas nefastamente sanguinarias: ¡Ese es el problema fundamental! La tipología de la violencia no es otra cosa que la consecuencia de aquello.
Pero debo aclarar algo antes de iniciar nuestro análisis. El problema no es el color de la piel –no se mal interprete esto cuando digo piel blanca, canela y negra-, más bien lo que trato de decir es que el problema radica en esa versión idílica de paz blancuzca donde la supuesta “Paz” es sinónimo de seguridad para el gran capital de una élite histórica, mientras la gran mayoría de nosotros seguimos vestidos de negro, guardando un luto histórico que aclama justicia. ¿Cómo interpretar tal cosa? En las siguientes líneas emprendo brevemente tan solo una lectura posible, una interpretación sobre la complejidad y a la vez simpleza de un País oscuro que no requiere una Paz blanca.
En primer lugar, quiero anotar algo importante y actual. Hoy en día el Capital privilegiado ante el valor por la vida humana es sinónimo de muerte. Una cuestión de prioridad donde el valor por la Vida se ha reducido a no menos que el puro excremento. Porque excremental ha sido un “país” abismado por ese pensamiento ultraconservador donde hasta los liberales resultan teñidos de azul. Uno no sabe quiénes son más ultraconservadores en sus hechos, pero sobre todo en su forma de ver el mundo. De manera que si la ansiada “paz” privilegia al Capital sobre la Vida, lo más seguro es otra ola de violencia con otros medios y expresiones sofisticadas y a mayor escala: un nuevo luto para la mayoría. No lo digo con el ánimo de generar una versión “apocalíptica” del futuro de un país en cien años de soledad. Lo digo porque el siglo XXI inició con la escalada de violencia trasladada del campo a la ciudad. Desde el gobierno de Uribe, ex presidente de Colombia 2002 al 2010, lo que presenciamos no fue otra cosa que a un presidente temerario, a un sicario político con luz verde para matar a diestra y siniestra. Los crímenes perpetuados bajo su mandato, los mal llamados “falsos positivos” es una clara expresión de esa barbarie de violencia (también) histórica que proclama justicia ante la corte penal internacional. En efecto, cuando digo «violencia histórica», lo digo por una razón: se ha tratado de borrar la memoria histórica. Un siglo después se repite la crueldad, producto de la brutalidad de la elite criolla y de su pequeño monstruo aquí mencionado. Si hacemos memoria, 100 años atrás el país pasó un episodio traumático: la guerra de los 1000 días. Hoy, el siglo XXI se inauguró con una guerra de 3000 días bajo el mandato del señor de las sombras. Una triste repetición de la violencia y sus diversas formas.
Pero, ¿Por qué sucede esto? Un segundo elemento de análisis que quiero resaltar se refiere a la ausencia de una posición ética frente al mundo por parte de una elite criolla que ha gobernado bajo la corrupción. «Corrupción» que ha posibilitado las condiciones para fomentar las distintas formas de violencia. En particular una: la violencia contra el pensamiento crítico o si se quiere, la violencia contra cualquier forma de ver el mundo distinto al establishment. El periodo de Uribe es un claro ejemplo aunque no el único. La persecución a sangre y fuego de cachiporros por parte de los godos a mediados del siglo pasado, también reflejan ese proceder del pensamiento ultraconservador. La iglesia ha sido una institución claramente partidaria de tales actos. De igual manera, los asesinatos selectivos y sistemáticos de los miembros de la Unión Patriótica desde finales de los años 80´s del siglo anterior. Lo mismo aplica para los magnicidios de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 y de Luis Carlos Galán en 1989, por nombrar solamente algunos casos. Y si vamos a las masacres perpetuadas a campesinos por los paramilitares y las guerrillas, o al abierto exterminio genocida de los comunidades indígenas en el suroccidente colombiano o en la sierra nevada de santa Marta o quizás en la Guajira, o tal vez en el nororiente colombiano, o de pronto allá, entre Antioquia y Chocó, entre el Atrato y Yondó, o mejor sea referirnos a las matanzas indígenas en las selva amazónica, entre Putumayo y Caquetá, sean cuales sean unas y otras, podemos decir que el derramamiento de sangre en Colombia es una versión de un Holocausto criollo extendido en el tiempo que nada debe envidiarle a las prácticas del Nazismo.
No voy a seguir la larga lista de impunidad. ¿Cuál es mi posición entonces? Un tercer elemento que quiero subrayar recae en la violencia sui generis perpetuada por el llamado Estado Colombiano. Considero que una versión marxista clásica donde muchos son explotados exclusivamente por unos pocos no es suficiente para explicarlo. No se trata de una clase Burguesa vs. Proletaria. Bastante mediocre han sido los gobernantes de éste “país” desde el siglo XIX hasta nuestros días como para creer que una burguesía endeble se ha generado en semejante estruendoso fracaso de proyecto Estado-Nación. La violencia en Colombia está posibilitada por una élite mediocre. Tanto la «Mediocridad» como la «Corrupción» han desembocado en semejante baño de sangre con la cual se ha creído ingenuamente construir Estado-nación. Una clase corrupta que ha impregnado con su “viveza criolla” un modo de estar en el mundo corrupto ¿Acaso no genera un inconformismo exacerbado? El inconformismo social ha sido acallado con las balas del presunto Estado ¿No es esto entonces la manera de reproducir las distintas formas de violencia? Sospecho que el proyecto Estado-Nación viene chorreando sangre por doquier desde finales del siglo XIX.
La imposición de un proyecto de Estado-Nación denominado «Colombia» se ha construido con sangre y fuego desde su nacimiento. Desde allí no solamente se ha heredado la Mediocridad cultural de la corona española sino que también se reprodujo la Corrupción de la élite criolla. Han sido los dos materiales con los cuales se ha entretejido ese fracasado proyecto. Lo demás ha llegado por añadidura. Entre esas está hoy en día la causa política y militar de la guerrilla de las FARC que no dista de la Mediocridad y Corrupción que los corroe tanto a ellos como a los paramilitares, militares y policías, los actores clásicos y títeres de un poder que los doblega, a saber, una élite criolla (derecha e izquierda va y viene) que ha trazado el proyecto fracasado de un Estado (y anti-Estado) brutalmente sanguinario.
En medio de todo esto, ¿Se puede pensar seriamente en la Paz? Considero que una Paz blanca es la reproducción de la muerte. Y lo es porque la mediocridad y corrupción no solamente están sentadas en la Habana, también lo están en el palacio de Nariño, en el congreso, en el senado, en la Iglesia, en los clubes de cocktail político, en las grandes empresas, en las universidades, en los noticieros y hasta en nuestras propias casas cuando encendemos un televisor y no tomamos rienda sobre los asuntos políticos. ¿Qué hacer en un país ambientado por la mediocridad y corrupción histórica? No soy dado a dar respuestas certeras. Considero más importante pensar las preguntas ¿Qué significa Paz en Colombia? ¿De qué tipo de Paz se habla? ¿A quiénes favorece y a quiénes no? ¿Acaso se puede negociar la Paz? ¿Cómo es posible negociar la Paz? Falta no más que se hable de negociar el Amor y todo queda aparentemente con solución. Grave error, por no decir mediocre error creer que se puede “negociar” la Paz cuando lo que se requiere es cambiar las condiciones sociales, económicas, políticas y de pensamiento en este país llamado Colombia. ¿Ardua tarea, no? No obstante, por algo hay que empezar. Lo que sí se necesita es abrir un debate político en Colombia que proclame justicia histórica, pero sobre todo, donde se reconozca que la Vida prima sobre cualquier negocio, sobre cualquier Capital. La paz no se negocia, se exige por el derecho a una vida digna. ¿Se estará dispuesto a ello?
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*Pintura del maestro colombiano Fernando Botero "masacre en Colombia".
El problema fundamental en Colombia no es "la" Violencia ni menos todavía el Narcotráfico. Si bien son un problema de carne y hueso, no son el gran problema aunque bastante lo hayamos padecido. Nada más falso que una Paz Blanca, ¿por qué aseverar esto? El problema fundacional en Colombia es la Corrupción y la Mediocridad que emana de una construcción social ultraconservadora (sea de derecha o de izquierda) que le teme a la diferencia en su afán de poder: es un problema fundamentalmente ético.
Eso significa que la Violencia es expresión de esta ausencia de un modo de estar en el mundo: de una clara ausencia de posición ética frente al mundo. La corrupción histórica que ha emanado desde la época de la corona española y, generación tras generación, se ha reproducido en la piel de una elite criolla profundamente Mediocre, acompañada por el santiamén de la iglesia católica que bastante ha avalado el baño de sangre en Colombia desde el siglo XIX bajo una moral de dudosa procedencia, es la gran simbiosis de complejo problema. Problema que además, dio como resultado un proyecto Estado-nación conservador, ortodoxo y temerario condenado desde su nacimiento al fracaso. Por un lado, porque ha teñido de blanco a una elite y, por otro, porque a una gran mayoría de piel canela y negra la ha condenado –nótese, a la gran mayoría de nosotros, los anónimos- al fuego de los fusiles o a la miseria. En otras palabras: se han generado las condiciones para la reproducción de ideas recalcitrantemente conservadoras y para prácticas nefastamente sanguinarias: ¡Ese es el problema fundamental! La tipología de la violencia no es otra cosa que la consecuencia de aquello.
Pero debo aclarar algo antes de iniciar nuestro análisis. El problema no es el color de la piel –no se mal interprete esto cuando digo piel blanca, canela y negra-, más bien lo que trato de decir es que el problema radica en esa versión idílica de paz blancuzca donde la supuesta “Paz” es sinónimo de seguridad para el gran capital de una élite histórica, mientras la gran mayoría de nosotros seguimos vestidos de negro, guardando un luto histórico que aclama justicia. ¿Cómo interpretar tal cosa? En las siguientes líneas emprendo brevemente tan solo una lectura posible, una interpretación sobre la complejidad y a la vez simpleza de un País oscuro que no requiere una Paz blanca.
En primer lugar, quiero anotar algo importante y actual. Hoy en día el Capital privilegiado ante el valor por la vida humana es sinónimo de muerte. Una cuestión de prioridad donde el valor por la Vida se ha reducido a no menos que el puro excremento. Porque excremental ha sido un “país” abismado por ese pensamiento ultraconservador donde hasta los liberales resultan teñidos de azul. Uno no sabe quiénes son más ultraconservadores en sus hechos, pero sobre todo en su forma de ver el mundo. De manera que si la ansiada “paz” privilegia al Capital sobre la Vida, lo más seguro es otra ola de violencia con otros medios y expresiones sofisticadas y a mayor escala: un nuevo luto para la mayoría. No lo digo con el ánimo de generar una versión “apocalíptica” del futuro de un país en cien años de soledad. Lo digo porque el siglo XXI inició con la escalada de violencia trasladada del campo a la ciudad. Desde el gobierno de Uribe, ex presidente de Colombia 2002 al 2010, lo que presenciamos no fue otra cosa que a un presidente temerario, a un sicario político con luz verde para matar a diestra y siniestra. Los crímenes perpetuados bajo su mandato, los mal llamados “falsos positivos” es una clara expresión de esa barbarie de violencia (también) histórica que proclama justicia ante la corte penal internacional. En efecto, cuando digo «violencia histórica», lo digo por una razón: se ha tratado de borrar la memoria histórica. Un siglo después se repite la crueldad, producto de la brutalidad de la elite criolla y de su pequeño monstruo aquí mencionado. Si hacemos memoria, 100 años atrás el país pasó un episodio traumático: la guerra de los 1000 días. Hoy, el siglo XXI se inauguró con una guerra de 3000 días bajo el mandato del señor de las sombras. Una triste repetición de la violencia y sus diversas formas.
Pero, ¿Por qué sucede esto? Un segundo elemento de análisis que quiero resaltar se refiere a la ausencia de una posición ética frente al mundo por parte de una elite criolla que ha gobernado bajo la corrupción. «Corrupción» que ha posibilitado las condiciones para fomentar las distintas formas de violencia. En particular una: la violencia contra el pensamiento crítico o si se quiere, la violencia contra cualquier forma de ver el mundo distinto al establishment. El periodo de Uribe es un claro ejemplo aunque no el único. La persecución a sangre y fuego de cachiporros por parte de los godos a mediados del siglo pasado, también reflejan ese proceder del pensamiento ultraconservador. La iglesia ha sido una institución claramente partidaria de tales actos. De igual manera, los asesinatos selectivos y sistemáticos de los miembros de la Unión Patriótica desde finales de los años 80´s del siglo anterior. Lo mismo aplica para los magnicidios de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 y de Luis Carlos Galán en 1989, por nombrar solamente algunos casos. Y si vamos a las masacres perpetuadas a campesinos por los paramilitares y las guerrillas, o al abierto exterminio genocida de los comunidades indígenas en el suroccidente colombiano o en la sierra nevada de santa Marta o quizás en la Guajira, o tal vez en el nororiente colombiano, o de pronto allá, entre Antioquia y Chocó, entre el Atrato y Yondó, o mejor sea referirnos a las matanzas indígenas en las selva amazónica, entre Putumayo y Caquetá, sean cuales sean unas y otras, podemos decir que el derramamiento de sangre en Colombia es una versión de un Holocausto criollo extendido en el tiempo que nada debe envidiarle a las prácticas del Nazismo.
No voy a seguir la larga lista de impunidad. ¿Cuál es mi posición entonces? Un tercer elemento que quiero subrayar recae en la violencia sui generis perpetuada por el llamado Estado Colombiano. Considero que una versión marxista clásica donde muchos son explotados exclusivamente por unos pocos no es suficiente para explicarlo. No se trata de una clase Burguesa vs. Proletaria. Bastante mediocre han sido los gobernantes de éste “país” desde el siglo XIX hasta nuestros días como para creer que una burguesía endeble se ha generado en semejante estruendoso fracaso de proyecto Estado-Nación. La violencia en Colombia está posibilitada por una élite mediocre. Tanto la «Mediocridad» como la «Corrupción» han desembocado en semejante baño de sangre con la cual se ha creído ingenuamente construir Estado-nación. Una clase corrupta que ha impregnado con su “viveza criolla” un modo de estar en el mundo corrupto ¿Acaso no genera un inconformismo exacerbado? El inconformismo social ha sido acallado con las balas del presunto Estado ¿No es esto entonces la manera de reproducir las distintas formas de violencia? Sospecho que el proyecto Estado-Nación viene chorreando sangre por doquier desde finales del siglo XIX.
La imposición de un proyecto de Estado-Nación denominado «Colombia» se ha construido con sangre y fuego desde su nacimiento. Desde allí no solamente se ha heredado la Mediocridad cultural de la corona española sino que también se reprodujo la Corrupción de la élite criolla. Han sido los dos materiales con los cuales se ha entretejido ese fracasado proyecto. Lo demás ha llegado por añadidura. Entre esas está hoy en día la causa política y militar de la guerrilla de las FARC que no dista de la Mediocridad y Corrupción que los corroe tanto a ellos como a los paramilitares, militares y policías, los actores clásicos y títeres de un poder que los doblega, a saber, una élite criolla (derecha e izquierda va y viene) que ha trazado el proyecto fracasado de un Estado (y anti-Estado) brutalmente sanguinario.
En medio de todo esto, ¿Se puede pensar seriamente en la Paz? Considero que una Paz blanca es la reproducción de la muerte. Y lo es porque la mediocridad y corrupción no solamente están sentadas en la Habana, también lo están en el palacio de Nariño, en el congreso, en el senado, en la Iglesia, en los clubes de cocktail político, en las grandes empresas, en las universidades, en los noticieros y hasta en nuestras propias casas cuando encendemos un televisor y no tomamos rienda sobre los asuntos políticos. ¿Qué hacer en un país ambientado por la mediocridad y corrupción histórica? No soy dado a dar respuestas certeras. Considero más importante pensar las preguntas ¿Qué significa Paz en Colombia? ¿De qué tipo de Paz se habla? ¿A quiénes favorece y a quiénes no? ¿Acaso se puede negociar la Paz? ¿Cómo es posible negociar la Paz? Falta no más que se hable de negociar el Amor y todo queda aparentemente con solución. Grave error, por no decir mediocre error creer que se puede “negociar” la Paz cuando lo que se requiere es cambiar las condiciones sociales, económicas, políticas y de pensamiento en este país llamado Colombia. ¿Ardua tarea, no? No obstante, por algo hay que empezar. Lo que sí se necesita es abrir un debate político en Colombia que proclame justicia histórica, pero sobre todo, donde se reconozca que la Vida prima sobre cualquier negocio, sobre cualquier Capital. La paz no se negocia, se exige por el derecho a una vida digna. ¿Se estará dispuesto a ello?
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*Pintura del maestro colombiano Fernando Botero "masacre en Colombia".